Las crisis sobre/contra la inmigración y los inmigrantes

Mugak55

Cachón, Lorenzo 

Grupo de Estudios sobre Migraciones Internacionales. Universidad Complutense de Madrid

Abordar la «cuestión migratoria» y las respuestas políticas e institucionales que se dan ante la misma en el contexto de la «gran recesión» que vive el capitalismo no debe hacernos olvidar algunos aspectos claves que se están viendo afectados de modo considerable durante la misma, porque son características que facilitan el impacto específico de la crisis sobre los inmigrantes. Al menos cinco de ellos merecen una referencia: 1) la condición obrera de los inmigrantes, que tiene además un perfil particular porque a ello unen una «mancha inmigrante» que les hace especialmente vulnerables. 2) el hecho de que el elemento desencadenante de la constitución de la «España inmigrante» ha sido un «factor atracción» que produce un «efecto llamada» desde la lógica de la reestructuración del mercado de trabajo en España y que hace que los inmigrantes ocupen los empleos menos «deseables» que muchos autóctonos rechazan porque están en condiciones sociales de hacerlo. 3) con la inmigración y los inmigrantes en la España actual se está produciendo el «gran contraste» entre, por una parte, sus características demográficas y su comportamiento ante la actividad económica y, por otra, el trato discriminatorio que reciben muchos de ellos en la sociedad de acogida. 4) se va construyendo una opinión pública que no refleja esta extraordinaria aportación de la inmigración, extraordinaria desde el punto de vista comparativo y extraordinaria desde el punto de vista histórico. 5) el último aspecto son las dificultades que tienen los inmigrantes para lograr una integración social en igualdad. El último informe FOESSA ha presentado una fotografía que muestra la situación de especial vulnerabilidad social que sufren los inmigrantes en España justo antes del inicio de la crisis económica. Sólo un dato: el 4% de los españoles y ciudadanos de la EU-15 están en situación de exclusión severa y ésa es la situación del 14% de los extranjeros no UE-15 que viven en España.

Y en esto llegó el apagón de la crisis financiera y de la recesión económica. Corremos el peligro de que la herencia de esta crisis sea una notable fractura social. Esta profunda crisis, que España vive, por primera vez, con un nivel de inmigración elevado (con la mayor proporción de extranjeros viviendo y trabajando entre los países grandes de la UE), acentúa el peligro de que se incrementen las situaciones de exclusión entre los inmigrantes. Peligros que se producen en distintos campos: en el laboral por el incremento del paro que alcanza a más de un millón de inmigrantes en España. Las tasas de paro han pasado en España del 10% en 2008 a superar el 20% en 2010. Y en ese mismo período ha aumentado notablemente el diferencial de las tasas de paro de españoles y extranjeros pasando de los 7 a los 12 puntos: en 2010 la tasa de paro de los españoles es del 18% frente al 30% de los extranjeros: casi uno de cada tres trabajadores extranjeros en España está sin empleo a pesar de buscarlo activamente. La situación para los inmigrantes es tan grave que ya hemos comenzado a exportar «desempleo» a otros países (en forma de «retorno» de inmigrantes que se quedan en desempleo en España), lo que no ocurría desde los años setenta. En el social, como lo muestra el notable incremento que ha habido en los últimos meses de personas inmigrantes (además de autóctonos) que acuden a los servicios sociales de organizaciones de apoyo o a los ayuntamientos. En la vivienda, por las crecientes dificultades para hacer frente a las hipotecas inmobiliarias cuando se pierde el empleo. En el legal, por el riesgo de que, si las situaciones de paro se prolongan en el tiempo, los inmigrantes pudieran perder sus permisos de residencia y trabajo ocasionando situaciones (indeseables) de irregularidad sobrevenida, lo que de modo masivo no ocurría desde hace muchos años.

Estos son efectos directos de una de las crisis que estamos viviendo, la económica (y sus efectos en el mercado de trabajo). Porque desde el punto de vista de la «cuestión migratoria» hay otras dos crisis que, en el marco del deterioro económico actual, pueden conducir a tormentas notables en el campo de la inmigración. A estos «nuevos (malos) tiempos» económicos hay que unir los «nuevos tiempos» sociales y los «nuevos tiempos» políticos. España y Europa están entrando en una especie de «triángulo de las Bermudas de la cuestión inmigrante» donde toda la gestión del fenómeno migratorio y de los conflictos asociados a él, se hace más compleja y se corren más riesgos de naufragar (por seguir con la metáfora de las Bermudas). Confluyen tres «nuevos tiempos» (ciertamente con largas raíces) que apuntan «nuevos peligros» (que tienen también una larga historia): a los nuevos tiempos económicos de la crisis y sus efectos, que traen consigo nuevos peligros de exclusión social, se unen, por un lado, los nuevos tiempos políticos, con políticas y discursos en la Unión Europea y en España que acentúan los peligros del populismo xenófobo y, por otro, los nuevos tiempos sociales que aceleran el miedo fluido de las opiniones públicas (construidas) y que «culturalizan» los problemas sociales. La confluencia de estos tres malos vientos hace que la tormenta en la que se mueve el barco de la «cuestión migratoria» sea muy fuerte y que en esa borrasca se pueda producir una agudización de los conflictos ligados a la inmigración.
El miedo fluido de las opiniones públicas que en nuestro tiempo se centra en gran medida en el miedo al «otro» inmigrante. Miedo en gran parte construido desde el poder político (deliberadamente o no, eso podemos de momento dejarlo de lado porque hay una combinación de los dos elementos que se retroalimentan).

El peligro derivado, que viene además a reforzar los estereotipos, es la «culturalización» de los problemas sociales, ignorando o minusvalorando sus bases sociales. Esta creciente etnización y culturización de los conflictos ligados a la inmigración, en detrimento del análisis de las bases sociales (estructurales y de clase) de los mismos se observa no sólo en la opinión pública sino también en la literatura académica. Los conflictos ligados a la inmigración tienen dimensiones distintas y hay que analizar en cada caso si son conflictos étnicos, conflictos de clase, conflictos culturales, o conflictos identitarios y cómo se combinan estos elementos.

Entramos en una fase de conflictos ligados a la inmigración porque entramos en el momento en que la «cuestión migratoria» y la «cuestión de la ciudadanía» confluyen. En que aquella no se entiende sin ésta y ésta viene problematizada por aquella. Porque el reconocimiento formal de derechos puede chocar con su no aplicación en la vida cotidiana y ese contraste se convierte en una fuente de tensión social. En todos los grupos humanos que interactúan, que tienen contactos, hay conflictos. Y sólo en ellos. Sólo cuando los «otros» pasan a formar parte del «nosotros», es decir, cuando hay en marcha un proceso de integración, de co-inclusión social, pueden aparecer los conflictos sociales. Esa situación se puede acentuar por la confluencia de estos tres malos vientos (económicos, políticos y sociales) que hacen que la tormenta en la que se mueve el barco de la «cuestión migratoria» sea muy fuerte y que en esa borrasca se puede producir una agudización de los conflictos ligados a la inmigración.
Este miedo fluido de las opiniones pública está en gran medida construido desde el poder político (deliberadamente en muchos casos; no en otros; pero hay una combinación de los dos elementos que se retroalimentan). El foco más importante de tormentas sobre la nave de la «cuestión migratoria» viene de los vientos que se pueden producir (algunos soplan con furia) desde el campo de la política. En el oscilante ciclo de la opinión pública y política sobre la inmigración, ahora vivimos tiempos anti-inmigración, como han señalado para Estados Unidos Massey y Sánchez (2010). La situación es similar en Europa. Son muy preocupantes algunos discursos y algunas políticas que se van consolidando en el viejo continente y que cuentan también con sus réplicas en España. Y son peligrosos, sobre todo, porque se producen en época de crisis, que es un humus peligroso en el que pueden germinar «las flores del mal», es decir, del racismo en algunas de sus diversas manifestaciones. Algunos de esos discursos tienen un tufillo demasiado xenófobo para que pueda ser ignorado; en otros, sin llegar a ese extremo, subyace una concepción meramente utilitarista de la inmigración; otros ponen, injustificadamente, sobre los hombros de los inmigrantes la responsabilidad de las insuficiencias del Estado de bienestar, de «nuestro» Estado de bienestar. Todos estos discursos no sólo no ayudan nada a la comprensión por parte de la sociedad de un fenómeno complejo como son las migraciones internacionales sino que dificultan la puesta en marcha de políticas coherentes que favorezcan la eficacia de la gestión de los flujos y la integración de los inmigrantes a través de la única vía posible: el reconocimiento efectivo de derechos (que, naturalmente, conllevan responsabilidades). En esos casos los responsables políticos están abdicando de una función social básica que tienen, como es la pedagogía.

Muchos de aquellos discursos van, en el medio y largo plazo, contra los intereses de Europa, contra los intereses de España. Porque Europa y España necesitan y seguirán necesitando inmigrantes. Pero muchos países no saben preparar a sus ciudadanos ante estas realidades. Como ha dicho la política democristiana alemana Rita Sussmuth, «Necesitamos a los inmigrantes, pero durante mucho tiempo nos hemos dedicado a estudiar formas de evitar que vinieran o, si venían, a evitar que se quedaran a vivir con nosotros (…). Muchos países de la UE no están sabiendo preparar a sus ciudadanos para que cambien de actitud». Van también contra los intereses de Europa y de España porque no podemos, nosotros europeos, provocar el rechazo de tantos países y de tantos ciudadanos del mundo. Y muchos de aquellos discursos violan los principios, los valores y en algún caso el derecho positivo en que se basa el proyecto europeo donde el respeto a los derechos humanos es la clave de bóveda de nuestro sistema. ¿Hay que recordar que «es un deber de los políticos escuchar a la opinión popular. Que es igualmente un deber de los políticos educar a la opinión pública. Pero en la teoría de la política democrática nada requiere a los políticos para que den cancha a los prejuicios populares, especialmente cuando están en juego los derechos de las minorías»? (Nandy).

La crisis económica no debe ser el tobogán por el que nos deslicemos a terrenos peligrosos, como ya ha ocurrido en algún país europeo, donde han pasado de un (fomentado) «estado de xenofobia» a una «xenofobia de estado» (presentada como respuesta a aquella). Otro tipo de discurso es posible y durante las crisis económicas es más necesario que nunca. Un discurso que defienda la migración ordenada y gestionada con eficacia, porque el desorden migratorio desestabiliza la democracia, y una inmigración con derechos en términos de igualdad, porque eso es lo que la legítima.

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