Extrema derecha y partidos populistas. El discurso racista en la política catalana.

Mugak55

Cuevas, Alba 

SOS Racisme

Parece que vivimos una situación de amnesia colectiva que nos podría llevar a repetir uno de los más nefastos episodios de la historia. En Europa está creciendo de manera preocupante el apoyo a formaciones políticas que hacen bandera del racismo y la demagogia, haciéndose evidente la falta de memoria histórica de Europa, España y Catalunya.

En Catalunya las elecciones autonómicas celebradas en noviembre de 2010, nos dejaron el miedo en el cuerpo: Plataforma per Catalunya (PxC), partido xenófobo de extrema derecha, quedó a muy pocos votos de entrar en el Parlament. Puede que fuera un aviso, una premonición de lo que ha acabado sucediendo más tarde. El resultado de las elecciones municipales de mayo de 2011 nos deja un panorama desolador, puesto que el discurso racista ha calado y se ha traducido en un porcentaje importante de votos del electorado. Catalunya tiene el lamentable honor de ser la base de la formación xenófoba y racista más importante del estado español en la historia de nuestra democracia.

Plataforma per Catalunya es una de las formaciones racistas más conocidas, pero no la única, que se aprovecha de un contexto adverso para hacer un discurso racista y populista que sitúa a una parte de la población como enemigo y culpable de todos los males, creando así un chivo expiatorio ideal. El crecimiento de esta formación en los últimos cuatro años es alarmante. Aunque ha obtenido 10.000 votos menos que en las elecciones autonómicas, en las municipales ha multiplicado por cinco sus votos con respeto a las elecciones municipales de 2007, y por cuatro el número de regidores, convirtiéndose así en la sexta fuerza política en votos y octava en número de regidores.

Un logro evidente de esta formación ha sido que las otras formaciones políticas, como también los medios de comunicación y parte de la propia ciudadanía, aceptara y asumiera la presencia del discurso racista en campaña electoral. La mayoría de partidos tradicionales no condenan de manera contundente este tipo de posicionamientos, muchos porque han visto que pueden dar réditos electorales, y entran en el juego de conseguir o de no perder votos cueste lo que cueste. Esta situación tiene unas nefastas consecuencias, ya que conlleva a un mayor riesgo de fractura social y de debilitamiento de la convivencia.

En Catalunya, se está dando una situación concreta, el partido de derecha mayoritario a nivel estatal radicaliza su estrategia en materia de inmigración. El mayor ejemplo es el PP de Badalona liderado por el Sr. García Albiol, que aunque no es extrapolable al resto del Estado, tampoco es algo residual ya que en distintos momentos dirigentes del partido, tanto a nivel catalán como estatal, han mostrado su apoyo a estos postulados.

El discurso del PP en esta localidad, tanto en etapa electoral como en momentos de rutina política, ha sido abiertamente racista y populista, siendo una de sus puntas de lanza los gitanos rumanos. Defienden posturas como la de «primero los de casa», sin importarle las consecuencias que tienen estos posicionamientos que dinamitan la cohesión social. Es este discurso del odio el que ha llevado al PP a obtener el mejor resultado de toda su historia en Catalunya y la alcaldía de Badalona, con el acuerdo de CIU.

Un dato significativo a tener en cuenta es que el resultado de PxC en Badalona es muy bajo, puesto que en este caso el voto xenófobo y racista lo recoge el Partido Popular. Y así sucede en los municipios donde partidos democráticos tienen discurso «duro» contra la inmigración. Ejemplificando una de las consecuencias que tiene la irrupción de estos partidos populistas: la asunción de sus postulados por parte de partidos tradicionales que no quieren dejar pasar la oportunidad de crecer en votos, aunque esta estrategia signifique romper una barrera ética, y utilizar a las personas y a la convivencia como piezas del juego electoral.

Pero, ¿por qué estos postulados xenófobos, racistas y populistas toman fuerza justo en estos momentos?

Es inevitable hablar del contexto de crisis económica y social para poder explicar el aumento de apoyo a la extrema derecha. Hace unos años era impensable imaginar que tendrían representatividad en distintos municipios europeos, en cambio, ahora en Francia ven la posibilidad de presidir el país y en Catalunya se configuran como la sexta fuerza a nivel autonómico.

Otro factor que también ha jugado un papel importante es la falta de un discurso sólido y firme de izquierdas, entendido éste de una manera global, el que defiende las libertades individuales y colectivas, la igualdad de derechos y oportunidades, la justicia, el estado del bienestar… Un discurso capaz de aglutinar a las personas que comparten estos ideales, a la vez tan básicos, y sobre los que dice construirse Europa. Un discurso que pueda contener y detener el auge del discurso del odio, constituyéndose como una alternativa fuerte que permitiera seguir avanzando en términos de igualdad, libertad y fraternidad.

Frente al vacío del discurso de izquierdas, las formaciones populistas de las que estamos hablando, están creciendo como si tuvieran un enemigo ideológico definido, como en los años 30 fue el comunismo. Cabe decir, que ante la falta de este enemigo ideológico, han encontrado uno que es palpable, que se le puede señalar y que es más vulnerable: las personas inmigrantes; podría ser que ésta fuera una de las claves de su éxito.
Estas formaciones han sabido canalizar las preocupaciones y las inquietudes causadas por el contexto; han cosechado su discurso sobre el desencanto de la población: la desesperación de muchas personas ante las dificultades económicas que plantea la crisis, la desafección política y la desconfianza, el hastío hacia la clase política y gobernante, son algunos de los elementos que nos pueden ayudar a comprender por qué este tipo de formaciones están triunfando.

Su estrategia es, también, cargar contra las instituciones desacreditando su existencia, haciendo así mayor la lejanía de éstas con la población.
Otra de sus estrategias es no venderse como políticos sino como un ciudadano más que sufre las consecuencias de esta situación, cargando contra la clase política en general. Un discurso que gana más adeptos ante los múltiples casos de corrupción que se destapan. Es por eso que, en parte, también podemos situar el crecimiento de estos grupos como castigo a los gobernantes y a las élites actuales; canalizando de esta manera el desprecio hacia la clase política, la lejanía entre los partidos políticos y la ciudadanía, la incapacidad de los gobiernos para solucionar los problemas que son consecuencia de la crisis económica, no encontrar respuestas a las inquietudes, el desencanto social que fomenta el individualismo frente a los movimientos sociales.

La vinculación con la crisis económica está clara. Pero el crecimiento de este tipo de grupos tampoco se puede explicar si no hablamos de la crisis social que predomina en este momento. Vivimos una falta de referentes, de compartir principios y valores como el respeto, la solidaridad, la colectividad… que nos ayuden a construir una sociedad más justa y más habitable.

Una de las estrategias más claras y evidentes ha sido la de construir un enemigo común, las personas inmigrantes en general, pero de una manera más específica aquellas que relacionan con el mundo árabe, tanto por temas religiosos como de nacionalidad.
En la construcción de este enemigo común han tenido un papel muy importante las emociones. Jugar con los sentimientos más primarios de las personas da un buen resultado en la definición de un enemigo, Cuando una persona siente que está en riesgo, es más sencillo buscar a un culpable, a un responsable de esa situación. Las dos emociones que se han explotado han sido el miedo y la supervivencia; evidentemente esta utilización no es gratuita sino que responde al contexto social y político actual.

En este análisis socio-político no podemos olvidar la influencia de los atentados del 11S en la construcción de este enemigo común para todo Occidente. Se crea una situación de alarma recurriendo a la amenaza de la invasión, de la radicalidad de la religión (el fundamentalismo) e incluso el terrorismo. Estas formaciones apelan al miedo, a una de las emociones más básicas y poderosas de la humanidad, que permite magnificar la necesidad de seguridad, desde la cual todo se puede permitir, sobre todo en lo que hace referencia a restricciones de libertades y derechos, a la criminalización y discriminación de este colectivo.

Desarrollan la amenaza de la invasión del Islam, incluso haciendo referencia a la idea de reconquista. Y en esta construcción aluden a la identidad europea, a la raza aria, a Occidente, a Europa como la cumbre del desarrollo,… pero es curioso ver cómo la mayoría de estos grupos, en el momento de concretar, acaban renegando de todo lo que tiene que ver con la construcción de la Unión Europea poniendo por delante los intereses de cada uno de los pueblos.

Relacionado con el peligro de la invasión del Islam, hablan de salvar las costumbres y valores cristianos, españoles o catalanes (según cada caso); poniendo sobre la mesa la necesidad de salvaguardar la identidad autóctona, propagando el asimilacionismo: adaptarse y asumir las normas y costumbres del país de acogida, para evitar ante todo la herencia cultural y el posible mestizaje.

La lucha por recursos escasos y el sentimiento de supervivencia

Otro factor a tener en cuenta es el desmantelamiento del estado del bienestar y la falta de decisión política en invertir en políticas sociales; una situación que abre la puerta a la lucha por los recursos. Estas formaciones racistas se aprovechan de las preocupaciones económicas de ciudadanos y ciudadanas; sitúan a una parte de la población como responsables, culpándoles de haber llegado a esa situación o de no poder salir de ella. Consolidando así la lucha de los penúltimos contra los últimos, y terminando con lo poco que quedaba de conciencia de clase.

Nos encontramos ante situaciones que son un tanto paradójicas, en las que en barrios y municipios que se habían caracterizado por la lucha vecinal para mejorar las condiciones de vida, los famosos cinturones rojos, tienen aceptación estos postulados. Barrios que, por otro lado, se habían caracterizado por haber recibido la inmigración estatal de los 60; lejos de crear empatías con vivencias parecidas, apuestan por diferenciarse y alejarse totalmente de los nuevos movimientos migratorios, con frases como «nosotros veníamos a trabajar y ellos…».
Se definen como partidos más allá de la izquierda o la derecha, y consiguen que sus votantes lo ignoren recogiendo electores de distintas y opuestas ideologías.

Más allá del apoyo en forma de voto que han conseguido estos grupos, y que les permite formar parte de distintas instituciones democráticas, han logrado otro triunfo muy peligroso para las democracias: extender las ideas de la extrema derecha más allá, ya que, como hemos mencionado anteriormente, se proyectan e influencian sobre los partidos tradicionalmente democráticos, ya que algunos acaban por incorporar parte de estos postulados, en parte por miedo a perder votos u oportunidad para ganarlos.

Esta situación supone un giro a la derecha a nivel global dibujando un peligro evidente. Por mucho que los partidos tradicionales se radicalicen, cuando superan la situación de promesas electorales y gobiernan, muchas de estas promesas no se pueden llevar a cabo, porque no tienen competencias o porque son éticamente muy dudosas, una situación que tiene varias consecuencias. Por un lado, que la ciudadanía que ha dado apoyo a los partidos que han asumido estos discursos racistas, exija aplicaciones de las promesas hechas durante la campaña. Ciudadanía que se puede ver engañada y acaba por dar su apoyo a las formaciones racistas, que desde la oposición o fuera de las instituciones siguen haciendo su discurso extremo y radical. Por otro lado, estas formaciones populistas radicalizarán aún más su discurso para diferenciarse de los partidos tradicionales que han asumido parte de sus postulados, y así más apoyos.

Estas dos posibilidades acaban por poner las piezas de un círculo vicioso que tiene como consecuencia dar alas al discurso del odio, siguiendo una lógica muy básica: ante el auge de la extrema derecha, la derecha se hace más extrema; a reglón seguido la extrema derecha radicalizará su discurso para diferenciarse de la derecha tradicional, a la vez que ésta volverá a radicalizar sus postulados para no perder votos. Situación que, lamentablemente, tiene unas penosas consecuencias para las víctimas, objeto directo de su discurso, y para la sociedad.

El hecho de que los partidos tradicionales asuman estos postulados también ha influido en que terminen haciéndose aceptables y digeribles propuestas que hace unos años eran inasumibles, por radicales y extremas, antidemocráticas y contrarias a los derechos humanos. Hoy parece que estos principios, sobre los que se ha construido Europa como cuna de los derechos humanos, no son tan elementales y pueden sobrepasarse con medidas de ética dudosa que están aplicando diferentes gobiernos para mostrar que tienen «mano dura» contra la inmigración. Pensando que así no quedarán los últimos en las carreras electorales, aunque esto signifique que se tambalee aún más la «Europa de los derechos humanos», debilitando las democracias y los estados de derecho.

Para ejemplificar lo que estamos comentando, no hay más que observar cómo los partidos tradicionales, celosos y con miedo ante la popularidad de estas formaciones, dejan que marquen la actualidad política con falsos debates, que ocupan los espacios de actualidad y dejan de lado temas de mayor relevancia, como el desempleo, los recortes sociales… Pero resulta más preocupante cuando los partidos tradicionales acaban asumiendo y haciendo suyas este tipo de propuestas, como sucedió en Catalunya durante 2010 y se trasladó al resto del estado. Distintos municipios llevaron a cabo propuestas racistas y discriminatorias, como dificultar el empadronamiento a las personas que no tienen papeles, delatando a la policía su situación irregular, mociones para prohibir el uso del burka en espacios municipales; y/o mociones en las que se proponía que las faltas de civismo tuvieran influencia en los procesos de arraigo y de reagrupación familiar.

¿Qué opciones tenemos ante esta situación?

Hoy por hoy se dibujan diversas estrategias. Hay quien defiende que en los municipios donde los partidos tradicionales tienen un discurso duro contra la inmigración no hay espacios para estos partidos. Es el caso de ciudades como Badalona o Lleidan, donde es cierto que partidos como PxC no han tenido éxito, pero se ha legitimado el discurso de la criminalización, discriminación y del odio. En Lleida el PSC apuesta fuerte, convirtiéndose en la primera ciudad en prohibir el uso del niqab en los espacios públicos: criminalizando a un colectivo y poniendo en duda la garantía y el acceso a los derechos. Y, claramente, en Badalona donde el PPC asume y explota el discurso racista y demagógico.

Parece obvio, entonces, que no sería una buena estrategia apostar por que sean los partidos tradicionales los que para evitar que formaciones de extrema derecha entren en las instituciones democráticas, sean ellos los que asuman sus postulados, legitimando así posicionamientos antidemocráticos y que atentan contra los derechos humanos. ¿Luchar contra la formación pero no contra su contenido?
Otra opción que está sobre la mesa, es el famoso cinturón sanitario, que consiste en pactos casi antinaturales, entre partidos con proyectos políticos muy distintos, para evitar que las formaciones claramente racistas (y en este caso no estamos hablando sólo de la extrema PxC, ya que sería también el caso del PP de Badalona) gobiernen las instituciones. Una estrategia que genera sus dudas, ya que puede tener un efecto contrario entre el electorado que ha votado una opción, dando alas a estos partidos a crecerse desde la oposición con falsas promesas, demagogia y discurso racista.

También hay quien defiende que la mejor opción es dejar que gobiernen, en minoría en muchos casos, ya que será la manera de evidenciar la falsedad de sus propuestas electorales y su desacreditación. Aunque sin olvidar que esta posibilidad, de terapia de choque, puede tener graves consecuencias en los municipios, dinamitando la convivencia y personas que vivirán en su propia piel las políticas racistas que ponen en duda los principios de un estado de derecho.

Lo que parece evidente es que la ciudadanía y las organizaciones sociales tendremos que estar atentas y no dudar en frenar, mediante todas las vías posibles, los discursos e iniciativas racistas que se puedan desarrollar. Hará falta mucha pedagogía para hacer llegar a la ciudadanía las consecuencias nefastas de que estos partidos estén en el poder, y la necesidad de construir una sociedad igualitaria e inclusiva. Es momento, también, de actuar de manera contundente contra las muestras de populismo demagógico. Será necesario unir fuerzas entre quienes defendemos una democracia real e igualitaria en la que no quepan las posturas racistas y excluyentes; tendremos que buscar espacios comunes desde donde construir una sociedad basada en la igualdad de derechos y oportunidades para todos y todas, en el diálogo y en el consenso, en la construcción de unos valores que favorezcan la convivencia entre todas las personas y que nos permita avanzar en los principios del estado de derecho.

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