Los horizontes de Bilma

LOS HORIZONTES DE BILMA

A Julia Murga, que me dio la idea

El cristal o la muerte

Bilma mira a través del cristal. El cuerpo de su marido reposa sobre una camilla. Le llama la atención la etiqueta que cuelga del dedo gordo de uno de sus pies. Parece un objeto en venta, tal vez un muñeco gigante. Un enfermero se le acerca por detrás, le toca el hombro con suavidad y le anuncia que la doctora la está esperando. Las manos de Bilma manchan el cristal que la separa del cadáver de su marido antes de marcharse.
La doctora la recibe en su despacho, tan blanco como el enfermero, las paredes del hospital o la camilla en la que reposa su marido. Le hace gracia que lleve el fonendoscopio colgado al cuello. Ella está sana, no hace falta que la ausculte, le iba a decir. Pero la doctora no le da oportunidad porque enseguida empieza a hablar. Las palabras de la doctora también parecen blancas, más incluso que su bata. No sabe muy bien lo que le está diciendo, se ha distraído pensando en lo que habría escrito en la etiqueta que colgaba de uno de los pies de su marido. La doctora concluye y le tiende un papel para que lo firme. Bilma recuerda que su marido era muy generoso, le gustaba tener para poder compartir. Así que no le queda otra opción, lo único que cabe hacer en tal situación es firmar.
Consuélese, le dice la doctora, ha hecho lo correcto. Así la muerte de su marido servirá para darle mejor vida a otras personas.

El mar o los horizontes

Bilma mira a través del cristal. El azul sólo es interrumpido por borrones blancos que aparecen y desaparecen de vez en cuando. Es un día desapacible y el mar está inquieto. Algo le preocupa, se dice para sí Bilma, y por eso está lleno de olas. Pero no piensa en qué será lo que desasosiega al mar. Bilma sabe que ese misterio no es para ella. Ni ése ni ningún otro, a Bilma no le gustan los misterios. Por eso está intentando olvidarse de la etiqueta, no quiere pensar más en qué sería lo que habría escrito en ella. A Bilma no le gustan los misterios pero sí las preguntas transcendentales. Recuerda un día en que contemplaba con su marido un mar muy distinto a éste. A lo lejos se veía un barco.

¿El horizonte que ven los del barco, preguntó Bilma, será el mismo horizonte que vemos nosotros?

Su marido la miró desconcertado, todavía no estaba acostumbrado al gusto de Bilma por las preguntas trascendentales. Se sintió obligado a responder e intentó como pudo resolver la pregunta. Al rato Bilma lo tranquilizó.

No importa, le dijo, no hace falta saberlo ahora. Algún día podríamos montar en barco y descubrir si los horizontes son los mismos.

Un grito saca a Bilma de sus ensoñaciones:

¡Camarera, quiere atendernos ya, no tenemos toda la noche!

La celebración

Un grupo de hombres esperan sentados en un bar a que alguien les atienda. Están dispuestos a celebrar por todo lo alto que a uno de ellos le han transplantado un riñón. Piensan beber del mejor güisqui del local hasta que les echen por borrachos. Conociendo sus intenciones nadie diría que son un grupo de respetables jueces.

Apenas pasan unos minutos y se cansan de esperar.

Mirad a esa camarera, dice el recién transplantado, qué hará mirando al mar en lugar de estar atendiéndonos. Pero qué se habrán creído, llegan aquí exigiendo papeles, exigiendo trabajo y luego no son capaces ni de atender pronto a los clientes. Mi riñón nuevo no puede esperar, y todos le ríen la gracia. ¡Camarera, quiere atendernos ya, no tenemos toda la noche!

Bilma se acerca enseguida. Espera que al grito del cliente no le sigan otros de su jefe. Los hombres le piden una botella del mejor güisqui. Toma nota y cuando se aleja de la mesa escucha algún comentario sobre un riñón recién estrenado. Un escalofrío la recorre de arriba abajo y se acuerda de la etiqueta que colgaba de uno de los pies de su marido.

El juez o el destino

Bilma mira a través del cristal. El hombre que habla con ella se ha convertido en su última esperanza. Y ayer era un desconocido.
Según una nota de prensa publicada ese mismo día, Bilma fue sorprendida trabajando. Por eso está allí encerrada. Todo fue muy rápido. Sabía que aquello podía pasar pero pensó que con su marido habían acabado todas las desgracias posibles. Evidentemente se equivocó.
No sabe quién es el hombre al que ve detrás del cristal. Le ha dicho que es abogado, que le manda una amiga de Bilma y que va a intentar sacarla de allí. El hombre intenta tranquilizarla, le dice que ella no es una delincuente aunque la traten como si lo fuera. Luego intenta animarla, parece ser que ha tenido suerte con el juez que lleva su caso: desde que le han trasplantado un riñón está muy generoso en la resolución de las expulsiones, corre el rumor de que el donante era un inmigrante. Cuando escucha aquello Bilma siente una sacudida. Y su gusto por las preguntas transcendentales le hace preguntar:

¿Y ese hombre, necesitaba el riñón para poder vivir?

Parece ser que no, le responde el abogado, lo quería para seguir pegándose la buena vida, por lo que se ve le gusta beber. Es un tipo muy influyente, dicen que se saltó la lista de espera que había para transplantes de lo suyo.
Una extraña sensación se apodera de Bilma. Siente como un borrón oscuro, un borrón de confusión, de angustia, de soledad. Vuelve a pensar en la etiqueta que colgaba de su marido. Todo esto, se pregunta Bilma, será voluntad del destino o simple casualidad.

El avión o la desesperanza

Bilma mira a través del cristal. Conforme despega el avión las casas se hacen cada vez más pequeñas y el paisaje parece convertirse en una fotografía o en un dibujo.
El abogado le explicó a los pocos días de la primera visita que no había habido suerte. A pesar del transplante el juez resolvió que Bilma fuera expulsada. Parece que se le acabó la generosidad. No había nada que hacer. El hombre que ya no era ni siquiera su última esperanza se marchó y enseguida vinieron a buscarla para llevársela de allí. Antes de que varios policías la metieran en una furgoneta para llevarla al avión, le pusieron una etiqueta en su camisa. Con ella puesta todos podían saber al mirarla quién era ella y cuál su destino.
Bilma mira a lo lejos y confirma lo que ya descubrió con su marido en el viaje de ida: que desde el cielo cuesta ver más el horizonte, especialmente cuando todo lo tapan las nubes. Se siente rara. Ése no era el camino de regreso que imaginó, así no se vuelve a casa.
Al rato se le acerca un policía y le dice que ya no le hace falta la etiqueta, que se la puede quitar.

¿Puedo quedármela?, le pregunta Bilma.

El policía duda pero tras unos segundos es capaz de darse cuenta de que no se incumple ninguna orden ni reglamento si Bilma se queda con ella y le permite que lo haga.
Bilma se agarra a la etiqueta que cuelga de su camisa. Sigue mirando a través del cristal y piensa que cuando vuelva a encontrarse con su marido le explicará que todavía no sabe lo del barco pero que desde el avión no se ve el mismo horizonte que desde la tierra, que el horizonte no es el mismo cuando se está allá arriba ni cuando el viaje es de vuelta ni cuando tienes una etiqueta colgando de la camisa ni cuando él no está a su lado.

federico montalbán lópez

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