Etnicidad inevitable

Etnicidad inevitable, convivencia posible

Donostia. 16.05.03
Xabier Aierdi

El sociólogo francés, Pierre Bourdieu, afirmaba que era partidario de hablar de la realidad que mejor conoce, en su caso la francesa, tratándola como «caso figura en un universo finito de configuraciones posibles» . Algo similar voy a hacer yo en la primera parte del artículo y hablaré de lo que mejor conozco, la sociedad vasca, para aplicar en nuestro contexto el análisis de la etnicidad, convencido de que si lo dicho sirve para entender este caso, también servirá como modelo para luego entender otras realidades sociales y otras situaciones similares.
Desde esta perspectiva, en primer lugar, me ceñiré a un plano meramente científico e intentaré abordar qué es la etnicidad y porqué es inevitable como proceso antropológico y social. En estos términos lo ha entendido la teoría social. Este constreñimiento al discurso científico, se debe a que éste coexiste con otro conjunto de discursos, sobre todo políticos y periodísticos, que con fines de diversa índole no hacen sino imposibilitar saber de qué se está hablando, confundiendo permanentemente los planos descriptivo y prescriptivo. Por ejemplo, en nuestro contexto vasco, se ha convertido un lugar común tildar el nacionalismo vasco de étnico, como opuesto al nacionalismo cívico o al patriotismo. Este tipo de luchas de denominación se sitúan en un contexto no necesariamente científico. Este tipo de luchas parecen, por un lado, explicar toda su realidad, que no es el caso, pero, por otro, impiden analizar aquellas otras incrustaciones de lo étnico en formas históricas presentadas como cívicas. Siguiendo con otro ejemplo, cabe preguntarse si ¿hay acaso algo más étnico que el actual apartheid global basado en la ciudadanía occidental, como afirma más de un autor?
Ahora bien, con el momento científico no pretendo ser ni un mero entomólogo que disecciona un objeto muerto, la etnicidad, ni pasar por alto los riesgos que entrañan algunas prácticas sociales y políticas basadas en lecturas étnicas restrictivas o que usan los mecanismos étnicos excluyentes para su justificación. Esta será mi segunda parte, muy normativa por cierto, y en ésta aportaré algunos dilemas y unas recetas nada novedosas para la articulación de una convivencia decente en unas realidades sociales y políticas de pluralismo cultural.

1. De la etnicidad inevitable

1.1. Antecedentes

Las ciencias sociales, en tanto modernas, han operado con un esquema que algunos autores han caracterizado como «nacionalismo metodológico», basado en el principio de solapamiento de Estado, Sociedad y Nación. Este esquema in o pre-consciente ha servido para un determinado tiempo histórico, pero parece inservible para el tratamiento del pluralismo cultural. Este principio de solapamiento consiste en que sólo hemos sido capaces de delimitar y de visualizar la sociedad en la medida en que ha habido fronteras estatales, suponiendo además que la sociedad que subsumían éstas constituía una única nación. En este sentido es en el que hablamos de sociedad (nación) norteamericana, francesa o vasca, así como de las características y estructuras que las constituyen y las diferencian entre ellas. Este principio ha sido, junto con el del progreso, un dado por supuesto en las ciencias sociales tanto en las corrientes funcionalistas como en las marxistas.
En consecuencia, las fronteras y los Estados han sido los receptáculos que han hecho posible imaginarnos lo social, por lo que la ciencia ha tenido un fuerte componente estatal en el ámbito de las delimitaciones analíticas. En esta situación, lo social ha sido sinónimo de orden, de homogeneidad cultural, bien preexistente a la constitución de los Estados o bien como resultado de los procesos de socialización (nacionalización) de la Nation Building. Este orden es lo contrario de la impureza, de la suciedad, según Zygmunt Bauman. Un intento de ordenación cuya contrapartida lógica es eliminar la ambivalencia conductual, la ambigüedad situacional, así como la identitaria.
La modernidad se ha caracterizado por un manifiesto afán legislador, por un intento de generar realidades a la medida de los valores de quienes proponían los proyectos, sea el marxismo sea el liberalismo. Este carácter legislador y ordenador de los diferentes proyectos de la modernidad ha colegido que como consecuencia del establecimiento del Estado-Nación, que es el único objeto claro y conceptualizable de todos los que mencionamos en este artículo, se darían los siguientes resultados:

  1. que en el Tercer Mundo los Estados ganarían la batalla de la lealtad frente a las fidelidades tribales;
  2. que tras la segunda guerra mundial y vista la experiencia de los nacionalismos, se tendería a conciencias supranacionales y supraestatales, y,
  3. en los países de socialismo real el adoctrinamiento en la supremacía moral de la identidad proletaria supondría la irrelevancia de los fenómenos como el etnonacionalismo.
    Estos resultados prevén un orden social en el que la impureza tradicional, adscriptiva, cultural quedaba subsumida o anulada en la claridad incontestable (ciudadana) de la modernidad, donde los residuos colectivos y colectivizantes serían reciclados en individuos autosolventes y no necesitados de asideros comunitarios. En suma, estamos ante la creación de la ficción (probablemente muy necesaria) del individuo a-cultural. El ser humano en estado naturaleza como gusta al liberalismo y filosofía políticos. En este esquema lineal incluso cabían algunos grupos impuros, los gitanos, judíos, a los que se les permitía que lo fueran siendo, pues servían indirecta y funcionalmente a la construcción de la idea dominante de homogeneidad: «somos puros gracias a su impureza», rezaba la lógica.
    Frente a este esquema, desde la politología o la sociología, algunos pioneros como Walker Connor o Anthony Smith, anunciaban que el error básico de los «estudios académicos sobre el nacionalismo ha sido la tendencia a equiparar el nacionalismo con el sentimiento de lealtad al Estado y no con la lealtad a la nación» . Que el Estado no coincidiese con la nación y que las lealtades no se superpusieran automáticamente ha sido para muchos autores como la reaparición de un espectro del pasado que se daba por muerto, situación que ha eclosionado con la desaparición del bloque del Este. Desde ese momento también han eclosionado los análisis del nacionalismo y de las realidades multiculturales. Estas últimas también habían sido tenidas en cuenta, pero consideradas bien como residuos bien, en el mejor de los casos, como constituyentes del publicitado melting pot que nunca existió. Es curioso a este respecto cómo en la sociología y en otras ciencias sociales se está usando un doble rasero antes las realidades o lo que queda de ellas, dado que, por un lado, se está hablando de los conceptos zoombis, que se refieren a aquellas instituciones que supuestamente sobreviven pero que cada vez tienen menos referente empírico, como la familia, y cómo, se pretende dar por muertas realidades que en todas sus acepciones siguen dando «guerra», como la de la nación.
    La cada vez menos discutible disolución de la fórmula nación igual a Estado o Estado igual a nación, ha dado lugar a una nueva forma de incertidumbre, impureza, ambigüedad o, dicho de otra forma según Bauman, de viscosidad. La viscosidad que diluye las fronteras y hace aflorar las lealtades preexistentes en los estados plurinacionales y la viscosidad de la impureza del extraño (inmigrante) en el seno de los estados uni o plurinacionales.
    Esta misma viscosidad social que se despreció pero que nunca desapareció exige hoy nuevos replanteamientos tanto a nivel teórico como socio-político. El replanteamiento teórico debe servir para elucidar de qué hablamos cuando hablamos de etnicidad, para huir en suma de lo que Walker Connor denomina «*el caos terminológico*» y los segundos para re-establecer órdenes políticos que puedan reconocerla como existente e incluirla en sus postulados y formas históricas. En las próximas páginas intentaremos hacer frente al caos terminológico.

1.2. Etnicidad

Antes que nada la etnicidad es el reconocimiento de que el ser humano es un ser socializado y cultural. Un ser humano que no es previo a su quizás necesaria ficción liberal, de la que hablaremos más tarde.
Qué es, por tanto, la etnicidad. La etnicidad es ese mecanismo antropológico que establece distinciones entre el nosotros y el ellos. Es en palabras de Nielsson, a quien seguiré básicamente en este apartado por la claridad de su exposición y porque recoge toda la corriente mayoritaria de la comprensión de la etnicidad en las ciencias sociales, «un proceso de formación de identidades por medio de la cual una población invoca varios atributos con el propósito de crear grupos solidarios» . En cuanto tal, la etnicidad no se considera como un don primordial, que es su forma normal(-izada) en la percepción social-grupal, sino como una identidad plástica que puede ser controlada, negociada, manipulada o transformada de algún modo bien por motivos expresivos, de afirmación de quiénes somos, o por instrumentales, por intereses cambiantes según circunstancias. No es pues ni una realidad natural ni un elemento invariante, sino un proceso que en cuanto tal puede o no ponerse en marcha y que una vez que está operativo puede adoptar diferentes formas, pero que siempre genera identidad grupal.
Este proceso de etnicidad puede hacer uso o no, puede basarse o no, en unos determinados atributos étnicos, aunque normalmente tenderá a realizarlo por el principio del primordialismo. El atributo étnico es en este recorrido terminológico el elemento cultural más «natural», o el más objetivable. De entre estos atributos, los más mencionados e identificados son:

  1. lazos familiares basados en una ascendencia común,
  2. similitud cultural,
  3. raza,
  4. lengua y
  5. religión.

Estos atributos étnicos son «indicadores de cultura» con base en los cuales podemos describir científicamente categorías étnicas y clasificar poblaciones y gentes.
Ahora bien, aquí y desde un principio nos encontramos con un primer salto mortal y una primera confusión en la teoría sobre la constitución de grupos. El salto mortal: los atributos son material plástico, manipulado y manipulable en diferentes y múltiples combinaciones, para crear el lazo cimentador sociocultural por medio del cual o se forman o se transforman los grupos étnicos en el interior de un proceso de movilización social, lo cual generará sus consecuentes fronteras étnicas, que son siempre situacionales. La confusión: pensar que la posesión de atributos genera automática y obligatoriamente la formación de grupos diferentes y diferenciados. Un ejemplo previo a la explicación de estos aspectos: Juan José Linz descubrió que en el País Vasco francés la población era más primordialista, sin que ello conllevase nacionalismo político, mientras que en el País Vasco español la población había derivado al nacionalismo político sin prestar tanta atención al primordialismo, es más, en algunas versiones de este nacionalismo se rechazaba explícitamente el primordialismo.

Comenzando desde la confusión podemos aclarar el salto mortal. La confusión radica en pensar que las diferencias científicamente observables son necesariamente operativas socialmente. No, esto no es así. Las diferencias sólo nos indican variabilidad cultural, son la resultante de las distintas acomodaciones de las diferentes poblaciones a lo largo del mundo. Ni más, ni menos: simplemente eso. Las diferencias existen objetivamente: las lenguas difieren, las religiones también y asimismo los conjuntos de usos, normas y costumbres privativos de las diferentes poblaciones. Las diferencias tienen mucho de adaptación al medio y de respuesta a los diferentes medios materiales y ambientales con los que se han encontrado las diferentes poblaciones a lo largo de la historia. Este es el plano del materialismo cultural.
La diferencia es objetiva, el grupo étnico es creación subjetiva. No sólo eso, es creación subjetiva exitosa. Esto tiene mucho que ver con la distinción de Marx de clase en sí y clase para sí, o con la distinción sociológica entre agregado estadístico y agregado social. Los primeros comparten unos determinados rasgos, los segundos basándose en esos rasgos, o no, tienen conciencia de pertenecer a un determinado grupo. La primera es; la segunda puede o no ser. Entre la primera y la segunda hay movilización social exitosa con consecuencias políticas, no relación automática. Entre la primera y la segunda hay una teorización del rango que sea o en palabras de Bourdieu un efecto-teoría (efecto de revelación) que une en uno lo que antes estaba disperso en *mucho*s. En términos sociológicos: *per*forma la pre*forma*, hace real (crea) lo que define, prescribe lo que describe. Como afirma Bourdieu, «los grupos están por hacer. No están dados en la realidad social… Pero eso no quiere decir que se pueda constituir cualquier cosa, de cualquier manera, ni en la teoría ni en la práctica». Ser negro puede ser irrelevante en el África subsahariana, serlo en Norteamérica puede ser el detonador del black power (la negritud). Es más, las luchas étnicas en África tendrán su origen en otros elementos étnicos dado que la negritud es una variable neutralizada y, por contra, la negritud teorizada en Africa no es sino el efecto especular de lo ocurrido en Estados Unidos o de lo interiorizado por las élites africanas en Europa, como ocurrió con su teorización en la época de la descolonización.
Vayamos al salto mortal, a la importancia de los atributos en la posterior formación de grupos. Volvemos a Bourdieu quien añade que la eficacia simbólica de hacer cosas con palabras «depende del grado en el que la visión propuesta está fundada en la realidad. Evidentemente, la construcción de los grupos, no puede ser una construcción ex nihilo. Tiene tantas más posibilidades de éxito cuanto más fundada está en la realidad; es decir (…) en las afinidades objetivas entre las personas que trata de juntar. El efecto teoría es tanto más poderoso cuanto más adecuada es la teoría (…) Solo si es verdadera, es decir adecuada a las cosas, la descripción hace las cosas. En este sentido el poder simbólico es un poder de consagración o de revelación, un poder de consagrar o de revelar las cosas que ya existen (…), en realidad, como un constelación que (…) comienza a existir solamente cuando es seleccionada y designada como tal, un grupo, clase, sexo (gender), región, nación, no comienza a existir como tal, para aquellos que forman parte de él y para los otros, sino cuando es distinguido, según un principio cualquiera, de los otros grupos, es decir a través del conocimiento y del reconocimiento… El poder una visión de las divisiones, es decir el poder de hacer visibles, explícitas, las divisiones sociales implícitas, es el poder político por excelencia: el poder de hacer grupos, de manipular la estructura objetiva de la sociedad».

Si seguimos este precepto de Bourdieu, debemos tomar como ley cuasi científica en la formación de grupos que el éxito será mayor en la medida en que se den «afinidades objetivas entre las personas que trata de juntar». Ahora bien, no debe nunca olvidarse que los atributos son material plástico, que por su extrema versatilidad pueden ser invocados, pero no ser los que realmente operan en las fronteras étnicas que se usan entre el nosotros y el ellos, entre los incluidos y los excluidos en las prácticas étnicas de inclusión/exclusión. Dos ejemplos de elefantes: quien haya visto la película Dumbo de Walt Disney verá cómo éste es expulsado de su cualidad (de la comunidad) de elefante (elefantes) por tener los orejas muy grandes, y sólo será readmitido en el grupo étnico elefante cuando demuestra que tiene capacidad de volar, porque una cualidad extraordinaria y carismática puede servir para reingresar en la comunidad de los iguales. Igualmente, quien haya visto El libro de la selva, podrá observar qué discusión mantienen papá e hijo elefante para aceptar a Mowgli en la comunidad de elefantes.
Dejemos los elefantes y pongamos un ejemplo más cercano para entendernos mejor. Un ejemplo de cómo hacer cosas con palabras es la célebre afirmación de Sabino Arana: «Euzkadi euzkotarren aberria da», «Euzkadi es la patria de los vascos». Esta afirmación, esta declaración, esta confirmación,

  1. es una expresión palmaria de cómo revelar las cosas que ya existen, ya que en la tradición existía la clasificación étnica euskaldun (euskarparlante) / erdaldun (hablante del resto de lenguas), pero,
  2. por otro lado, es una manifestación que transforma la anterior clasificación y la politiza. De hecho, un euskaldun de su época sólo entendía una de las cuatro palabras de la afirmación. La única palabra que suponía continuidad con la anterior clasificación es la forma verbal: «da». Por el contrario eran (se revelaban y se consagraban como) nuevas «Euzkadi», «Euzkotar-» y «aberria».
  3. Un ejemplo: en otro célebre escrito significativamente titulado, cómo no, por Sabino Arana «¿Qué somos?», dice que los vascos son diferentes por los siguientes atributos étnicos: raza; lengua; gobierno y leyes; tipo, carácter y costumbres y por historia. Ahora bien, si realizamos un análisis serio de cuáles han sido los atributos étnicos sobre los que se han establecido las prácticas étnicas de exclusión e inclusión en la sociedad vasca por parte del nacionalismo, el único criterio real ha sido la variable política: ser abertzale o ser españolista.
  4. Este ejemplo nos debe hacer entender que llegado el caso puede muy bien suceder que los atributos sean más una referencia invocada o verosímil que la base de las prácticas reales y puede afirmarse que hay una relativa autonomía entre la invocación de los atributos y el funcionamiento de las prácticas.
  5. El grado de autonomía crece a medida que el grupo ya está constituido (puede derivarse la vasquidad de la voluntad, por ejemplo, «soy vasco porque me siento vasco») y se acrecienta a mayor grado de solidez social (de hecho social) del grupo («Es vasco el que vive y trabaja en el País Vasco»: ciudadanía vasca).
  6. Dentro de este margen de autonomía, y en este esquema de diferenciación y entre el intra y el extra-grupo es fundamental la alquimia moral que teorizó el sociólogo R.K. Merton, cuando afirmaba que quien define tiene la capacidad de transmutar en vicios del extragrupo lo que considera virtud en el intragrupo, utilizando para ello el mismo adjetivo. El vasco es trabajador, expresión de su verdadero carácter y naturaleza; el gallego es trabajador, expresión de su tacañería.
  7. Llegado a este punto de solidez, el grupo adquiere un grado de arbitrariedad lógica enorme, porque no necesariamente deben coincidir, y casi nunca lo hacen, la lógica «lógica» y la lógica «social». En consecuencia, la lógica social dominante y exitosa declinará la lógica lógica en función de sus intereses históricos o situacionales. Esto no es privativo de los vascos porque, a modo de ejemplo, está en debate la raíz meramente cristiana o híbrida de Europa, realizada además por fervientes seguidores de los valores republicanos. En estas cuestiones, parafraseando, se puede recomendar que «el primero que tenga una piedra que no la tire… o que la pose en el suelo».

Con base en este ejemplo entramos en un territorio incierto en el análisis de cuáles sean las bases reales de la formación de los grupos y de las identidades. A este respecto no debe olvidarse la importancia que Benedict Anderson concede a las naciones como «comunidades imaginadas», a los grupos formados por un proceso de abstracción, según el cual unos ciertos atributos nos unen naturalmente, en la percepción social, en una cierta comunidad. Según Anderson, esta comunidad es imaginada «porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión».
Evidentemente, este acto de imaginación no es una obra individualizada que deba desarrollar cada persona, sino que está mediada por líderes carismáticos, partidos, teóricos, legitimadores, divulgadores, propagandistas, y otra variada gente, ayudada con medios de comunicación, estructura institucional, etc, o un adecuado «caldo de cultivo». Ahora bien, una lectura apresurada de Anderson ha querido ver «imaginaria» donde ponía «imaginada», ha pretendido presentar como imaginaria, como carente de base, como confusión mental, como un sinsentido sin lugar en la historia que toma molinos de viento por gigantes, la irrupción de determinadas peticiones por parte de grupos que se auto-consideran nacionales. De hecho, el mismo Anderson critica la ferocidad de Gellner cuando éste sostiene que «el nacionalismo no es el despertar de las nacionales a la autoconciencia: inventa naciones donde no existen». Bourdieu afirmaría, por contra, que es difícil inventar lo inunificable. No obstante, la visión de Gellner está muy extendida y es mayoritaria en el pensamiento no nacionalista del País Vasco. Evidentemente, la impugnación de Gellner llueve sobre mojado, porque el nacionalismo inventa naciones porque las naciones son una construcción moderna para cimentar los lazos internos al Estado, y quienes mejor inventan naciones son precisamente los mismos Estados, porque las naciones no son sino cortes políticos en continuidades sociales y culturales, como resultado de la capacidad para demarcar límites territoriales de carácter exclusivo. De ahí que nada haya más étnico en su lógica de funcionamiento que la ciudadanía territorial estatal, o llegado el caso la continental.

En la lectura gellneriana hay una cierta visión aristocrática de las naciones, de la etnicidad y de las identidades, que sostiene que la lotería de la vida y de la historia ha permitido que ciertos grupos hayan podido acceder al status de nación y obtener posteriormente un Estado y otros, en cambio, no puede sino aspirar, como mucho, al status de nación cultural, pero que les está vedado su acceso al grupo de naciones políticas.
Introduzco el término nación porque si bien algunos grupos étnicos tan sólo adoptarán la forma de grupos étnicos y no pretenderán traspasar ese nivel siempre y cuando vean cumplidas sus aspiraciones con alguna forma de protección para sus diferencias culturales, otros en forma de comunidad étnica mediante la movilización política, normalmente en forma de nacionalismo, adoptarán la forma o se autoproclamarán como nación. LLegados a este punto, aplicarán el principio de las nacionalidades, según el cual a toda nación corresponde un Estado. La exigencia de Estado, más o menos angustiosa, será consecuencia a su vez de los términos doctrinarios en que se haya planteado el nacionalismo, de su viabilidad práctica y de la capacidad y voluntad que históricamente haya demostrado el Estado-nación en el que se inserta para satisfacer sus peticiones.
Una vez de que tenemos las piezas del puzzle, los problemas surgen por la no congruencia arriba apuntada entre grupo étnico como base de la nación y el Estado, de forma que, a pesar del nacionalismo metodológico con el que se ha pensado la modernidad, lo normal es la existencia de Estados multinacionales o multiétnicos y asimismo no es nada infrecuente que una determinada etnia se reparta en varios estados.
Toda etnicidad en tanto generadora de identidad genera diferenciación, dentro y fuera, porque la delimitación y la capacidad de mantener esta diferenciación es lo decisivo en este mecanismo socioantropológico. Lo étnico subsecuentemente es siempre un fenómeno más antropológico que político. No obstante, aquí comenzamos a encontrarnos nuevos fenómenos que complican lo que la ciencia afirma. Frente al individualismo metodológico y al ontológico, que sólo ve la realidad como compuesta por personas y no por abstracciones colectivas, hay que afirmar que la etnicidad, la formación de grupos, la formación de la identidad son hechos sociales en términos durkheimianos que no conllevan intrínsecamente perversidad ni majestuosidad alguna.
Saco a colación el término perversidad, porque en los actuales parámetros de luchas simbólicas y teóricas la afirmación de las identidades colectivas desde un punto de vista realista supone ser tildado de ser enemigo de la libertad, por basarse más en la lógica grupal que en la centralidad debida al individuo. Se debate qué primar: los derechos de los ciudadanos o los derechos de las naciones . Muestra de ello, las enormes luchas simbólicas que desde mediados de los noventa hasta hoy recorre nuestro escenario social y político vasco.
Así, si con la etnicidad estábamos instalados en el caos terminológico, con la visión del individuo moderno como ficción liberal entramos en un terreno minado. La moderna filosofía política ha teorizado y tomado como realidad el ser humano abstracto, de quien deriva toda legitimidad y a quien únicamente corresponden los derechos. Este proceso de abstracción, plantea según Ignatieff «la siguiente premisa mayor respecto de la identidad: somos, primero y ante todo, sujetos jurídicos; primero y ante todo, ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones, las diferencias son siempre de grado menor, y cuando suponen ventajas deben ser corregidas» . Ahora bien, como añade el mismo Ignatieff, este humanismo abstracto «puede coexistir tranquilamente con el aborrecimiento por los seres humanos concretos» . Pero no debemos olvidar, asimismo, que en el mercado teórico moderno se valoran más las acciones liberales que las colectivizantes, gracias a los distintos mecanismos institucionales en que se apoyan.

Entre estos mecanismos, el fundamental es el Estado-Nación, que:

  1. En primer lugar, se presentará como un Estado de ciudadanos, intentando hacer olvidar o pasar por alto que los ciudadanos de los que habla son previamente poliétnicos convertidos en nacionales como fruto de procesos de socialización y asimilación, y a los que se les oferta en sus visiones más sofisticadas la visión patriótica. El patriotismo como lealtad a las leyes emanadas desde el Estado y no como lealtad a la nación forjada por el Estado que está en su base. Para ello, el Estado pretenderá presentarse, en boca de los liberales, con dos errores muy bien analizados por Kymlicka , «como culturalmente neutral y en descripciones confusas del ‘nacionalismo cívico’». En esta lectura liberalizante (sea profesada por liberales o republicanos, de derecha o de izquierda) la narración histórica es como sigue: primero se fundó el Estado y luego se estableció la democracia. Esta narración oculta que este furgón pasó por otra estación: la nación.
  2. En segundo lugar, y con respecto a las minorías no asimiladas, meramente étnicas o autoproclamadas como nacionales se les adjudicarán etiquetas de ser vestigios de tiempos pretéritos, remanentes del pasado y dotados de una visión organicista de la comunidad dado que niegan la existencia de los individuos. En consecuencia, en esta disputa, teórica y de poder, las peticiones de las minorías serán presentadas como manifiesta e intrínsecamente etnicistas. La visión del nacionalismo como un fenómeno intrínsecamente antiliberal y arcaico es la constante.
  3. No obstante, el resultado práctico de estas disputas será más consecuencia de la potencia social de los grupos en lucha, estatales vs. nacionalistas, y de la capacidad que tengan para mantener las fronteras étnicas que de la sofisticación teórica, pues como dice Linz: «Todo sistema político democrático que funcione parte del supuesto de que la lealtad de los ciudadanos hacia el Estado, independientemente del régimen o gobierno que esté en el poder, tiene que ser mayor que su lealtad a otro Estado ya existente o en proceso de crearse». En temas relacionados con la etnicidad y con el nacionalismo, el realismo politológico siempre es más aconsejable y supone una rectificación sensata de la filosofía política, cuyas recomendaciones no deben echarse en saco roto. Volveremos sobre ello.
    Los sistemas democráticos hoy se encuentran con peticiones de minorías étnicas, normalmente o nacionales o de inmigrantes, que los suelen considerar como innegociables. Ante este tipo de peticiones es deliciosa la postura de A.O. Hirschmann, quien afirma que desafortunadamente «nos enfrentamos a otros tipos de conflicto: el aborto, la luchas étnicas y el fundamentalismo. Nuestro problema es que estos conflictos se incrementan cada vez más y se reproducen en todas partes. Cuando Benjamin Constant se enfrentó a Napoleón exclamó con nostalgia: “¡Qué Dios nos devuelva nuestros inútiles reyes!”. Hoy, como en aquella oportunidad, frente al surgimiento o resurgimiento de conflictos en torno a cuestiones innegociables, sentimos la necesidad de exclamar: “¡Qué Dios nos devuelva la lucha de clases!”» .
    La renuencia de los Estados ante estas peticiones es palmaria, pues como afirma Walzer la teoría liberal sobre el Estado-nación puede llegar a permitir la expresión privada de la diferencialidad pero impone la lealtad al Estado en nombre del principio de igualdad, situación que Walzer resume con la frase de «sea judío en su casa y alemán en la calle». En este nuevo marco conflictivo es donde debemos situar cómo se puede articular una convivencia posible en medio de peticiones étnicas, sea cual sea su formulación concreta, porque un objetivo ineludible al que tenemos que hacer frente es el de cómo encontrar respuestas políticas moralmente defendibles para situaciones plurales.

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