Presunto marroquí

O quizás, las reglas del juego son más duras, hijas de la tortura innecesaria del viaje en patera: si consigues pasar, moro, te tendrás que ver con los señores del Infierno, dueños de tu persona por quererlos engañar aunque te estuvieran llamando a voces y tu propio padre-Estado te empujara hacia el agua al no darte de comer. Estos dioses del Infierno son crueles y nunca van a alabar tu valentía demostrada por el riesgo de aventurarte en el viaje. “Llegar a una ciudad desconocida, ver el mar por primera vez, verlo azul y tranquilo la tarde que te das una vuelta con tus dos amigos que casi no entendéis el dialecto que hablan en Tánger y por las callejuelas de la Medina os sentís extranjeros, no conocéis sus códigos, apalabrar con el harrak la hora y el lugar de la cita, pagarle por adelantado, llegar en la penumbra a un lugar solitario y con el ruido del mar, muy negro y muy cerca, encontrar allí a cincuenta y dos hombres, trasladar la zodiac en volandas durante seis kilómetros porque el lugar no era seguro, y entender que va a conducir la zodiac uno de los que pagan como vosotros, con la diferencia de que ha pagado menos, sentir la noche fría con las luces de Tarifa muy difusas y muy lejos, encontrar un hueco en el fondo porque pensáis que es más seguro, querer estar al lado de tus amigos, pero ellos han sido más lentos que tú y están en una esquina, rezar y rezar mientras te vas empapando de agua y de frío y de mareo, abrir los ojos y ver muy cerca un barco enorme, no pensar cuando la ola que produce puede que sea tu último pensamiento, tener mucho más frío como aquella noche que nevó en tu pueblo y tuviste que ir descalzo a por las cabras asustadas, sentir que pasa el tiempo tan despacio como en la escuela, con el deseo de estar en la kutabb y no en un agujero desfondado, sentir respiraciones y gritos y lloros y lamentos, ver caer un hombre al agua, no mirar, cerrar los ojos entender la cercanía de la muerte, saber que no sabes mantenerte en ese mar desconocido, si tú también cayeras al agua o te empujaran, no tener un asidero para agarrarte en el vaivén descontrolado, sólo el brazo y la espalda del de al lado que ni siquiera te mira, saltar al agua y tocar arena, correr y perder a tus amigos, llenarte de púas tus pies descalzos y correr y correr…” Cuando llegues, después de la terrible prueba, nunca tendrás un premio como lo tienen los atletas en las Olimpiadas o los ganadores de un Concurso o los jóvenes europeos que se encierran en una casa abandonada llena de cámaras de televisión y cuando van saliendo uno a uno les van ofreciendo el regalo de la fama, y al último en salir le regalan todo el dinero que tú necesitarías en tu vida para ti y para poder cuidar de tu familia: son tipos excepcionales y fuertes. O como el premio que tuvieron los participantes en la prueba de Fly Surf en tu propio país. Dicen que en Tánger, pues salieron de Tarifa, como tú pero al revés, les hicieron un recibimiento nunca visto, hasta con bandas de música para los blancos del norte, y dicen, que hasta ellos estaban avergonzados, pues no se lo esperaban. Quizás en esta orilla se te borre hasta el recuerdo de tu gente, de tu infancia.

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