Mujeres africanas en Madrid: vidas y experiencias

Mujeres africanas en Madrid: vidas y experiencias

Dora Inés Munévar M. / Universidad Nacional de Colombia
Maguemati Wabgou / Universidad Complutense de Madrid

Las mujeres africanas son emprendedoras en su sociedad de origen. Aunque los hombres africanos tienden a mantener su hegemonía en el hogar y en otros campos sociales, cabe mencionar que las africanas constituyen referencia obligada a la hora de considerar la vida cotidiana. Ellas dominan en el ejercicio del comercio de alimentos tanto en el sector formal como en el informal, ellas cuidan a los niños y administran la casa. Los hombres, por su parte, desempeñan trabajos agrícolas intensivos, administrativos y también influyen en ciertos niveles comerciales. Como consecuencia de esta imposición de ocupaciones de carácter “femenino” a las mujeres africanas los distintos códigos culturales que las impregnan aseguran el control social sobre los modos de producción, de reproducción y de conducta en los que se insertan las mujeres convertidas en miembros dependientes de la comunidad.
Cuando ellas deciden emigrar para establecerse en un país extranjero como España, no cabe duda que se van cargadas de todo ese bagaje cultural, fruto de una larga construcción histórico-social. Incorporadas en el contexto social madrileño como sujetos sociales hemos encontrado a un grupo de mujeres africanas que manifiestan, mediante relatos referidos a distintos aspectos de sus vidas, cuáles han sido sus trayectorias migratorias, sus experiencias vitales y su situación laboral en la sociedad de destino por la que optaron en un pasado no muy lejano.
En las líneas siguientes, recogemos segmentos de tales relatos en las palabras de seis mujeres africanas que viven en Madrid a fin de contribuir a desvelar la realidad social migratoria femenina procedente del continente africano. Nuestro objetivo es propiciar la reflexión sobre los modos de vida de estas mujeres combinando informaciones primarias suminstradas por las interlocutoras a la vez sujetos sociales y protagonistas de este proceso de reconstrucción conceptual. En todo caso, queremos señalar que la situación descrita aquí no es específica de las seis mujeres africanas procedentes del Magreb y de África Occidental, también se extieede a muchas de las mujeres inmigrantes originarias de otras regiones africanas.

Los itinerarios migratorios de las mujeres africanas hacia Madrid son muy variados

La migración puede comenzar con un viaje mediado por un visado o con la travesía del estrecho de Gibraltar u otro punto del mediterráneo. De cualquier modo las mujeres que han hablado de sus experiencias previas y posteriores a su asentamiento en Madrid, comparten el origen socioeconómico, familiar y estudiantil que las ha impulsado a determinar su lugar de destino.
El primer caso, por razones socioeconómicas, la expulsión se explica por la fuerte crisis que padecen estas mujeres tanto en zonas rurales como urbanas donde se produce una mayor escasez de puestos de trabajo capaces de absorber a la población activa. Las magrebíes, generalmente amas de casa en su país, casi marginadas y con muy pocas oportunidades de trabajo remunerado, forman parte de los grupos de trabajadores más vulnerables en el mercado laboral.
En estas condiciones, una buena parte de ellas sólo tiene como alternativa la emigración hacia Madrid tal como lo expresa una de nuestras entrevistadas:

“[…] He venido porque quería vivir más tranquilamente y buscarme la vida. Por eso he llegado aquí […] Salí para buscarme la vida y aunque ahora no tengo nada (ni ahorros, ni casa en mi país), no me quejo […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

Frente a esta situación de desesperación otras abandonan su país para dirigirse hacia España, provocando el aumento de la “inmigración inesperada” en la península. Viviendo una escasez de oportunidades laborales en su sociedad de origen, algunas mujeres africanas como Hafida o Zohra la abandonan para inmigrar en Madrid:

“[…] Yo no hacía nada cuando estaba en mi país. Allí la mano de obra es muy barata. Pensaba irme a Inglaterra porque mis hermanos estaban allí. Pero no ha habido suerte. Por eso cuando tuve la oportunidad de venirme a España, no dudé […] La pobreza es muy fuerte […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)
“[…] Me vine aquí porque en un cierto momento de mi vida en mi pueblo ya no tenía muchas oportunidades de vivir bien. No tenía trabajo. Trabajaba en casas de señoras. Y la situación con mi marido no era tan buena. Pues en esta situación preferí marcharme a Madrid para buscar un trabajo, ganarme la vida y cuidar a mi familia […]Vivía en una situación precaria. Yo, no tenía ningún trabajo serio: lavaba la ropa de la gente por muy poco dinero, me iba de casas en casas y le preguntaba si tenía algo para lavar y me pagaban […] todo el día […] 100 pesetas. Trabajo, no hay […] Las mujeres no trabajan… Cada una trabaja en su casa […]”. (Zohra, 47 años, 12-1998)

Otras mujeres africanas han desempeñado trabajos cualificados en su país antes de venir a Madrid. Han dejado el puesto de trabajo por razones que consideraron más importantes (tal como la familiar) a la hora de tomar la decisión de emigrar. Esta situación se presenta en casos como la de Ndei una subsahariana de 52 años que dejó su trabajo para reunirse con su pareja.

“[…] Yo era una profesora de matemáticas en un liceo. He trabajado de profesora durante 10 años antes de venir aquí […] Me vine para pasar un solo año pero después cambié de opinión para quedarme con mi marido porque he privilegiado la vida familiar sobre todo. He pensado en los niños que están conmigo y el marido que no está y me he dicho que eso no es una buena situación. Él viajaba siempre yo me quedaba en mi país con los niños. Entonces me he dicho que bueno, por qué no venir a vivir con él? Y pedí una disponibilidad al Ministerio de Educación de mi país para dejar el trabajo que tenía […] Me vine entonces aquí con mis tres hijos: un hijo que tenía 11 años y una hija, la mayor, con 13 años y otra con 3 años […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 1999)

En otras palabras, el segundo factor de emigración de algunas mujeres africanas hacia Madrid es familiar. La necesidad de venir para reunirse con su pareja ya establecida en Madrid explica la llegada de la mujer con sus hijos en muchos casos. La reagrupación familiar se convierte en el instrumento facilitador de la emigración femenina africana hacia Madrid, lo que ayuda a cada pareja en la satisfacción de sus necesidades no sólo familiares sino también sentimentales y emocionales. Algunas de nuestras informantes lo explican claramente:

“[…] Yo me vine a Madrid porque mi marido ya vive aquí hace muchos años. Me trajo para vivir junto con él. Vivió 11 años aquí antes de pedir la reagrupación familiar como lo hizo por mis hijos que también viven ahora 1998 aquí; lo que significa que lleva ahora 23 años en España. Fue una decisión de nosotros dos […] la razón principal de mi llegada aquí en España es la necesidad de vivir con mi marido. Lo hicimos por vía de la reagrupación familiar. Todo fue bien, llegué legalmente con mis documentos desde luego vivo una vida familiar estable […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998)

En el tercer caso, los motivos de emigración son educativos. Las políticas de cooperación entre África y España han puesto en marcha un programa de concesión de becas a jóvenes africanos para completar sus estudios en España. Pero aparte de las políticas oficiales de cooperación en el campo de la educación llevadas a cabo por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) existen otros organismos privados que también se relacionan con cuestiones de esta índole. Según fuentes de la AECI respecto a la Convocatoria General Curso 1998/99, del total de 298 becas concedidas a estudiantes originarios del África subsahariana, solamente 74 plazas (25%) correspondieron al sexo femenino. La observación más frecuente es que un número significativo de los estudiantes africanos no regresa después de sus estudios. Quienes se quedan en España experimentan la gran dificultad de seguir viviendo en situación de regularidad porque habiendo perdido el estatuto de estudiante incurren en la irregularidad. Ante la imposibilidad de mantener en regla su tarjeta de estudiante, se encuentran en la obligación de vivir en la clandestinidad, quizas sólo por un tiempo, convirtiéndose en otro inmigrante económico. Tendrán que encontrar un trabajo para poder regularizarse de nuevo con el previo retorno a sus países de origen exigido por le Ley de Extranjería española. Allí recogerán el visado de entrada en la embajada de España. Es el caso de Alima y Aminata:

“[…] Yo he llegado en 1993, con un grupo de estudiantes. Eramos 7: cinco chicos y dos chicas. Tuvimos una beca de la Agencia de Cooperación Española para perfeccionar el español durante 1 año en España. Era entonces el año académico 93/94 […] Pero ya ves yo no he seguido mis estudios. Lo dejé muy pronto […] Pues la verdad es que después del año académico, todos quedamos en España, excepto dos que han vuelto […] al final decidí quedarme […]”. (Alima, 32 años: Madrid, 7/1999)
“[…] Yo llevo aquí en Madrid 7 años, entonces llegué aquí en 1992. Me vine como estudiante en España con otros compañeros senegaleses. Llegamos como becarios para realizar estudios hispánicos en la Complutense. Al final de estos 9 meses, deberíamos volver. Pero no fue así […] En total éramos 9 como te lo decía pero sólo 2 regresaron después de los 9 meses […] Nos quedamos los siete para vivir y luchar por allí […]”. (Aminata, 34 años. Madrid, 11-1999)

En todo caso, las redes sociales que relacionan individuos y el vínculo histórico existente entre ambos polos de expulsión y de atracción de las inmigrantes son factores facilitadores de la inmigración. Como actores sociales actúan e intercactúan con otras personas (amigas y familiares) e instituciones que les sirven de apoyo en su vida cotidiana tal como lo expresan Hafida y Fatima:

“[…] [Me propuso el viaje] un amigo de mi marido que vivía en Torrejón. Vino a donde vivíamos mi marido y yo. Hacía años que vivía aquí. Dijo a mi marido que había un restaurante que necesitaba a una chica para trabajar en la cocina. Y que si mi marido quería me llevaría a España. Mi marido me propuso el viaje y acepté porque no hacía nada allí […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)
“[…] Es una señora que tiene su casa cerca de donde vivo en mi país […] que me ayudó a venir aquí para trabajar porque ella conocía a gente que ofrece trabajo […] Llevaba muchos años en España e iba [frecuentemente] de visita para ver a sus hijos. Así es cómo yo la conocí y hablé con ella para venir a España […]. La señora me hizo muchos favores. Fue la señora que me pagó el viaje […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998)

Pero también en el caso de las mujeres magrebíes, la proximidad geográfica, la reciente imposición del visado de entrada en el Estado español, mientras se cerraban las fronteras de los países de la Unión Europea en los años noventa, y la conversión de España en un país europeo, han sido factores de atracción de las marroquíes hacia España. Las buenas relaciones bilaterales (convenios bilaterales, internacionales, intercambios etc.) que se establecen históricamente entre Marruecos y España explican la falta de exigencia del visado como criterio de entrada de los marroquíes en España hasta finales de los 80, tal como nos lo cuenta una entrevistada:

“[…] He llegado sin visado porque cuando estaba el viejo Franco no se exigía visado para venir a España. He viajado por avión. Los visados empezaron solamente en 1989 para los Marroquíes. Yo ya estaba aquí […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

Peso de las tradiciones en las experiencias vitales de las mujeres africanas

Los distintos núcleos familiares de los que proceden las mujeres africanas residentes en Madrid suelen estar configurados como familias numerosas. Ya sea que procedan del Magreb o del resto de África, las inmigrantes comparten este mismo carácter aunque se observen diferencias según se trate de una familia monógama o polígama.

“[…] Mi padre tenía cuatro mujeres. La primera se murió y se casó con mi madre. Mi madre cuidó a los hijos de la difunta. Mi madre era la jefa de la familia, era entonces la segunda mujer pero se ha convertido en la primera cuando murió la primera. Entonces se quedaron finalmente tres mujeres: mi madre, una que nunca tuvo hijos y otra que tiene hijos, son mis hermanos menores […] Tengo un mogollón de hermanos […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 1999)
“[… ] Somos 3 hermanos 2 chicas y un chico mi madre dio a luz a 14 hijos pero todos han muerto solo quedamos los 3. Mi padre ha tenido dos mujeres, mi madre es la segunda mujer. Es cuando murió la primera que mi padre se casó con mi madre. La primera mujer dejó 2 chicos […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998)

Por otro lado, dentro del marco familiar, la chica africana está confinada al espacio doméstico en el que desempeña tareas específicas que la convierten en sujeto de unas practicas sociales ancladas en las tradiciones. Ella vive su socialización acerca del desempeño de las tareas femeninas en el hogar ocupándose de tareas domésticas asignadas a la mujer. Aunque la situación de las mujeres va cambiando en la actualidad, lo cierto es que desde pequeñas a muchas les ha tocado asumir responsabilidades de madre tal como lo explica una de nuestras informantes:

“[…] También como era yo la única hija de mi madre, empecé las tareas de casa desde muy pequeña. Ya sabía cocer las camisetas, por eso arreglaba los vestidos de mis amigas y no me pagaban nada […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 1999)

Una vez asentadas en Madrid, estas mujeres mantienen un fuerte contacto con sus familiares que están en sus países respectivos de origen o en otros países extranjeros. Esta correspondencia está sostenida por un sentido de solidaridad y apoyo que aportan ellas a sus familiares dentro de sus limitadas posibilidades. El sentido de solidaridad, pautas culturales en que estuvieron amoldadas y criadas en sus sociedades de origen, las llevan a compartir lo poco que consiguen en su destino migratorio con los suyos que también esperan mucho de ellas. Es como si la mujer africana, muy marcada por pautas culturales, siguiese reproduciendo su papel tradicional de “cuidar a los demás” al asistir de varias maneras (sobre todo económicamente) a los miembros de la familia que ha dejado atrás. Las mujeres africanas en Madrid junto con sus parientes en el país de origen se envuelven de esta forma en una dinámica del “dar y recibir” que echa sus raíces en el pensamiento tradicional africano. Una de nuestras entrevistadas describe este fenómeno de solidaridad basada en lo cultural:

“[…] Además, la mentalidad es tal que cuando tú estás en Europa, pues todo el mundo de la familia espera algo de ti en algún momento del año. Tus gentes esperan que les mandas dinero o les mandas algo que has comprado en Madrid. Eso les da un orgullo tremendo y una certidumbre de que tú no te has olvidado de ellos aunque estés lejos. Estarían muy tristes si, en algún momento, no les escribes ni les mandas nada desde donde resides en Europa. ¡Es así![…]”. (Alima, 32 años, 07-1999)

Pero también las hay que no mantienen contactos con sus familiares por razones distintas, tal como la desestructuración familiar que inhibe el ejercicio de la solidaridad entre los miembros de la familia. Es el caso de Hafida:

“[… ] Cada uno [de los hermanos] tira por lo suyo como pueda, nadie pregunta por otro. No he vivido mucho con ellos […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

Otro elemento clave es la formación o no de su propia familia. Entre la soltería, el matrimonio, la separación, el divorcio o la viudez, el estado civil de las mujeres africanas en Madrid es muy variado. Aunque la mayor parte de la población femenina magrebí en Madrid es soltera (en el caso marroquí las estadísticas oficiales de 1996 señalan un 50,5%) nuestras entrevistadas de África del norte, siendo cabeza de familia, son divorciadas o separadas mientras que las subsaharianas son solteras o viven con su pareja.

“[… ] Me casé cuando tenía 14 años y me vine aquí con 18 años [… ] Hace ahora 11 años que me he separado de mi primer marido [… ] Me he casado de nuevo […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)
“[… ] Yo estoy divorciada de mi marido hace 15 años […] Después, yo me vine a España […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998)
“[… ] Llegué legalmente [mediante la reagrupación familiar] con mis documentos. Desde luego vivo una vida familiar estable [con mi marido y mis hijos] […]”. (Zohra, 47 años, 12-1998)
“[… ] Me vine entonces aquí […] Me quedé aquí con mi marido […]”. (Ndei, 52 años, 02/1999)
“[… ] Soy soltera […]”. (Alima, 32 años, 7/1999)
“[… ] Todavía no estoy casada […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999)

Como personas pertenecientes a la cultura árabe y subsahariana, las africanas en Madrid se rigen por preceptos culturales, cultivan sus lenguas maternas y practican sus religiones tradicional o musulmana. Son estas categorías socioculturales las que más determinan ciertas pautas de conducta de esas mujeres: su manera de vestir, sus hábitos alimenticios, sus prácticas religiosas respecto a las oraciones cotidianas, sus exigencias y limitaciones.

“[… ] Tengo que cuidar mucho lo que como aunque, por ejemplo, cuando me voy al mercado tengo un montón de problemas. Tengo que mirar las galletas a ver si lo han puesto grasa vegetal o grasa animal. Si es grasa animal seguramente no lo cojo. Por eso siempre tengo que preguntar. Tengo que preguntar si los croasanes están hechos con manteca o con no sé qué. Es rarísimo que me vaya a comer en un restaurante porque claro, se cocina mucho con carne de cerdo. Pues por eso hago todo en casa y ya está […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 99)

Por lo demás, como lo mencionábamos en la introducción, en sus sociedades de origen las mujeres africanas tienden generalmente a sufrir una dependencia respecto a los hombres, atadas por las exigencias culturales. Pero la situación está cambiando rapidamente, dándoles una mayor autonomía. Muchas de las que llegan a Madrid, marcadas por un fuerte sentido de independencia, destacan por su voluntad de emancipación económicamente tal como lo expresan nuestras informantes:

“[…] Yo, como soy una chica tengo que buscarme la independencia económica para estar un poco libre. Es verdad que a mis padres les encantan que esté con ellos siempre que vuelvo pero las cosas no son así. Mi mentalidad es diferente de la suya en este punto […] De la misma forma que el hombre quiere ser independiente económicamente las mujeres africanas también lo tienen que ser. Es que no lo entienden estos chicos [africanos]. No entienden que la mujer también tiene que conquistar su libertad y su dignidad empezando por lo económico. Ya está en camino porque las mujeres están también educadas y pueden defenderse. Ahora lo que queda es la lucha para conseguir una independencia económica. […]¡Ojalá seguir teniendo un trabajo como me ha ocurrido estos últimos años! Porque es la única forma de poder asegurarme mi futuro. Es que no existe otra oportunidad […]”. (Alima, 32 años, 07/1999)
“[…] Por eso, yo, lo que creo es que la independencia económica es fundamental para una mujer. Si no lo tienes no estás libre. Creo que es lo que he heredado de ella [mi madre]. Por eso cuando yo me quedaba aquí durante años sin encontrar trabajo casi me volvía loca […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 99)

Situación laboral y condiciones de trabajo en Madrid

Los trabajos y ocupaciones que desempeñan las mujeres africanas en Madrid varían mucho, predominando el servicio doméstico y la limpieza. La situación de nuestras interlocutoras es llamativa al respecto:

“[…] En Madrid empecé a trabajar en las casas pero sin experiencias. No hay nadie para guiarme. Te dejan una casa grande con máquinas de cocina y cuyo funcionamiento no dominas (lavavajillas, la cocina y otros). Y si la señora no tiene paciencia, pues te echa y ya está. […]. En este trabajo de interna, eres responsable de todo […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999)
“[…] He trabajado de limpiadora; he trabajado de empleada de hogar externa, he trabajado de interna sólo tres meses porque no me gusta nada […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998).
“[…]Yo he siempre trabajado en el servicio doméstico desde 1994. No sé… [sonrisa]. ¡Pero no es fácil eh! Hay que aguantar de todo […]”. (Alima, 32 años, 7/1999)
“[…] He trabajado en una casa como interna en el servicio domestico he llegado con visado yo llego aquí para trabajar y trabajo y me pagan 25.000 ptas al mes, antes [en los años 75] poco dinero […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998).

También, la hostelería es un actividad económica en la que trabajan algunas de estas mujeres. En este caso, la restauración es la que más absorbe estas fuerzas de trabajo.

“[…] Pero luego, me salió un trabajo en un restaurante. Aquello era más difícil que el primer trabajo. Trabajar duro de día o de noche. Sabes como trabajan 24/24hs, hacemos turno. Depende de lo que te toca. No es fácil […]”. (Zohra, 47 años, 12-1998).

Dentro de la misma organización laboral se observa una división interna en segmentos de trabajo identificándose tareas específicas, relacionadas con el género femenino.

“[…] ¡Búa! Yo he hecho de todo: he trabajado en restaurante: limpiando la cocina, limpiando los platos, he trabajado de pinche […] En el restaurante hacía un poco de todo […] Tenía que limpiar todo y poner las cosas limpias antes de marcharme […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

Además existe una dinámica inherente a la movilidad laboral de estas trabajadoras que se refleja mediante su traspaso de un segmento a otro. Asímismo van ascendiendo paulatinamente de un puesto de trabajo con poca cualidad hacia los que presentan relativamente mejores condiciones dentro del mismo.

“[…] Empecé como limpiadora de la cocina haciendo otras cosas, luego me subieron a ayudante de cocina. Me pagaban 95.000ptas al mes […]”. (Zohra, 47 años, 12-1998)

Pero lo cierto es que la situación laboral de estas mujeres africanas en Madrid está profundamente marcada por una precariedad junto con mayores posibilidades de explotación, exigencia y riesgo tal como se refleja en el discurso de Aminata:

“[…] La primera experiencia que tuve yo en el mercado laboral fue en Albacete. En el mes de agosto 1993, me llamaron para trabajar en un paf como camarera. Era mi primer trabajo, no tenía ninguna experiencia de cómo iban las cosas. Allí me utilizaron. Trabajaba como camarera y no me pagaban […] venía gente para tomar algo y empezaban a decirme que querían una mujer y como yo era la única chica que trabajaba allí, me invitaban a tomar una copa […] Pero cuando me invitas a tomar algo yo te digo no y ya está […] Tuve que marcharme a Madrid. El tío este que era el dueño estaba metido en asuntos de tráficos y de prostitución. Y la policía le tenía muy vigilado […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999)

Ahora distinguimos las condiciones laborales en los trabajos y ocupaciones identificadas: servicio doméstico, limpieza y hosteleria. Quienes trabajan en el servicio doméstico generalmente carecen de contrato de trabajo por estar insuficientemente documentadas o debido a la propia naturaleza del mercado laboral segmentado: cuando la economía capitalista necesita una mano de obra, para prosperar, no duda en emplear ilegalmente a fuerzas de trabajo extranjeras femeninas. En situaciones en las que se ofrecen contratos de trabajo su duración no supera el año, apenas se registran contrataciones que oscilan entre los 4 y los 9 meses. Comúnmente conocidos como “contratos basura” (fenómeno que afecta a españolas y españoles en edad de trabajar), estos tipos de contrato no permiten a la trabajadora inmigrante escapar de la precariedad laboral, como tampoco garantizan la continuidad de su situación legal (inestabilidad laboral-residencial regular). Independiemente de que tengan contrato de trabajo o no, la mera colocación de estas mujeres tanto en el trabajo doméstico como en la restauración o la limpieza les expone a eventuales abusos laborales tales como muchas horas de trabajo semanal, turnos nocturnos, trabajo durante los fines de semana, bajos salarios, entre otros; todo ésto fuera de lo previsto por la ley:

“[…] Era un trabajo sin contrato sin nada, me daban 50.000 ptas al mes. En estos tipos de trabajo pagan 50.000 ptas., 60.000 ptas o 100.000 ptas en el mejor de los casos [cuando tienes papeles], bueno hay de todo. Yo trabajaba como interna. Tenía que aguantar todo, con la manía que tiene esta gente. No te puedes imaginar que te vas a una casa y te piden de limpiar hasta los zapatos de todos (de la mujer, de los niños y de todos). Es difícil. Es otra forma de vivir y uno tiene que adaptarse. Ahora trabajo de interna con contrato. Empiezo a trabajar desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche, sin el mínimo descanso. Siempre corriendo, corriendo y corriendo. No tienes derecho de protestar. Es que no hay derecho. Tienes que aceptarlo todo […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999)
“[…] Hay algunos que te ofrecen el seguro, otros te ponen horario y otros no, he ganado 100 ptas [en 1974] la hora cuando trabajaba como limpiadora de pisos. He trabajado mucho sin seguro, no era necesario, pero ahora sí. Pero también hay que decir que trabajaba durante seis meses, ocho meses o un año. Es que no te dejaban seguir por largo tiempo […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)
“[…] ¡Bueno! Si recuerdo, el primer trabajo que he empezado a hacer en 1994, era un trabajo de externa en una casa. No tenía ningún papel. Era un trabajo ilegal. La dueña tampoco estaba interesada en ofrecerme un contrato de trabajo. Pero estuve allí durante 10 meses […]”. (Alima, 32 años, 7/1999)

En general, hay más de una mujer africana que tiene dificultades para encontrar un puesto de trabajo y mantenerlo cuando lo encuentra. La triple condición de mujer, inmigrante y árabe o negra, la coloca en una postura que la somete a múltiples exclusiones del mercado laboral.

“[…] Varias veces he sufrido el rechazo mientras estoy buscando trabajo. A veces llegas en un sitio y no te quieren ni recibir, o llegas en un lugar donde te manda una de estas agencias [de colocación en servicos dométicos] y te dicen de repente ‘ya hemos encontrado, ya hemos encontrado’. O bien también llamas a un teléfono que han puesto como anuncio para oferta de trabajo doméstico. Dicen ‘sí sí estamos buscando una mujer’ Y te preguntan ‘¿de qué país eres?’. Lo dices. Y te responden con una otra pregunta ‘¿dónde está este país?’, respondo ‘en África del Oeste’; dicen de repente ‘ya hemos encontrado’ [risas] Y yo digo ‘¡vete a la mierda!’. Eso a veces sí que hay rechazo por ser una mujer negra. Es una lastima pero es así […] Cuando alguien te acepta tal como eres en su casa, es que ya no tendrás estos tipos de problemas basados en el rechazo [racial]. Tendrás otros problemas pero no eso […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999).

Y si tienen hijos, siendo cabeza de familia, la situación se torna todavía complicada. Las mujeres están obligadas a dejar el trabajo remunerado en algunos momentos de su vida por razones familiares relacionadas con el cuidado de los niños. Esta situación las afecta limitando sus posibilidades laborales tal como lo presenta una de nuestras entrevistadas:

“[…] Como tenía niños me ocurría faltar [al trabajo] porque tenía que llevar al niño a hospital o estar más cerca de él para cuidarle; [En la casa donde trabajaba] no podían aguantar estas inestabilidades por mucho tiempo. Y yo tampoco puedo dejar a mis hijos morir en casa para ir a trabajar. Pero eso ellos no lo miran, pues yo tenía que dejar el trabajo […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

En la edad de jubilación las mujeres inmigrantes están expuestas a la ausencia de toda protección social. Esto es consecuencia de la precariedad y discontinuidad laborales en que viven, puesto que el goce de estas garantias sociales está condicionado por la cotización a la Seguridad Social. Aún en algunos trabajos legales se encuentran mujeres africanas que desempeñan su tarea cobrando un sueldo del cual tienen que deducir una proporción para pagar, por su propia cuenta, la Seguridad Social. Esta práctica se está generalizando cada vez más en estrecha relación con la mayor flexibidad del mercado laboral.
Algunas de las pocas que han podido cotizar suficientemente durante años regresan a sus distintos países de origen sin haber disfrutado de la protección social en su vejez. Ellas prefieren marcharse para pasar el resto de su vida con sus parientes al carecer de la atención debida a su estatus social de perona mayor. En África, la gente mayor es respetada por su entorno familiar-social, una importante razón para que muchas mujeres, principalmente subsaharianas, piensen en volver a sus sociedades de origen una vez cumplidos sus sueños o cuando alcancen edades avanzadas.
El no ejercicio de un trabajo regular impide el acceso al cobro del paro. Las mujeres africanas, madres de familia, acuden a asociaciones de atención a inmigrantes debido a la situación precaria derivada de la deficitaria asistencia social, los bajos ingresos o la falta de empleo. Su intención al acudir a las asociaciones de inmigrantes es pedir ayuda para solventar su situación familiar y laboral. En todo caso, los testimonios de unas y otras son significativos aunque todavía no tengan la edad de jubilación:

“[…] Las cosas son cada vez más caras y el único ingreso que tengo es lo que recibo como ayuda del ayuntamiento y de otras asociaciones […] Sabes el otro día estuve con una Asociación y la asistente social me proporcionó alimentos (arroz, espagueti, galletas, etc.) provenientes de la cruz roja española […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)
“[…] Las asociaciones me ayudan, ¡hombre! poco pero está bien […] Ya estoy vieja, no sé. Las asociaciones para inmigrantes son útiles dentro de lo que cabe. No siempre te dan lo que quieras, pero ¿qué les vamos hacer? No me dirijo especialmente a algunas. Pido ayuda a cualquiera que pueda ayudarme […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998).

Perspectivas de vida a modo de reflexiones finales

Una de las características del inmigrante es su tendencia a creer que las cosas pueden mejorar a lo largo de su estancia en el país de destino. Pese a sus dificultades cree en la posibilidad de una vida digna. Por eso no deja de planear, como todo ser humano, su futuro en referencia con lo cotidiano en el país de destino y el pasado en su país de origen. La mejora de su situación económica en función del trabajo se convierte en el eje principal de su `proyecto vital.
Las mujeres africanas en Madrid se plantean el futuro en el contexto de una dinámica de “fuga de un tiempo” esperanzador que no acaba de concretarse, transformando su regreso en un mito “el mito del retorno”. Casi todos los relatos coinciden en que si se hubieran quedado en sus países de origen sus condiciones de vida podrían ser peores respecto de las que viven ahora. No obstante las tradiciones pesan y pautan sus proyectos de vida.

“[…] Mi futuro [suspiro]: seguir ayudando a mi familia es mi preocupación. Ahora, la única vía para nosotros africanos es ir a vivir un tiempo en Europa [o EE.UU] para ayudar a la familia. Y después, cuando la condición del primer inmigrado de la familia se mejora, trae a los hermanos y las hermanas. Yo también pienso traer a mis hermanos para que vengan a luchar como yo también estoy luchando. No sólo mandarles dinero y ya está […] Cada día que pasa, me doy cuenta de que ni vivo aquí ni vivo allá […] Es un problema […] Aquí no tienes trabajo estable y digno y si vuelves tampoco tienes trabajo. Pero al final aquí por lo menos puedes tener un poquito a pesar de los sufrimientos e injusticias que sufres […] el futuro, lo veo muy negro […]”. (Aminata, 34 años, 11-1999)

La ampliación de sus fuentes de ingreso para asegurar mejores condiciones de vida y realizar inversiones tanto en sus propios países como en Madrid orientan sus expectativas:

“[…] Estoy ahorrando un poco de dinero para poder hacer algo en mi pueblo. Es decir tener mi casa y ser independiente […]”. (Alima, 32 años, 7/1999)
“[…] Tengo dos proyectos mayores. El primero lo estoy estudiando con un amigo, es abrir una tienda de moda africana aquí y un restaurante africano, sobre todo de comidas africanas […] Es bastante difícil, pero estoy mirando cómo se puede hacer […]”. (Ndei, 52 años, 02/ 99).

Sus propias experiencias promueven la conformidad con un pasado reciente al que con frecuencia interrogan o pretenden explicar:

“[…] Ya está, ya está, yo vivo aquí y ya está, voy pidiendo donde me pueden ayudar, en asociaciones para inmigrantes y nada más. Estar aquí con mis hijos con mi madre no pienso volver a mi país, ¿ para qué voy a volver, que voy hacer allí? ¿He dejado algo allí? No he dejado nada […]”. (Fatima, 54 años, 12-1998).
“[…] Aunque todo no ha sido muy bueno creo que ha sido mejor haber venido a España que quedarse en mi ciudad. Porque allí siempre hubiera encontrado problemas tanto con mi ex-marido como para encontrar trabajo y yo no hubiera tenido las oportunidades que he tenido. Aquí se vive mal pero es mejor que quedarse en mi país donde ni sabía nada de mi futuro. Aquí he tenido hijos y espero que tengan un buen futuro con buenas Leyes de Inmigración que les permitirán tener sus papeles y buscarse la vida […] Si estuviera en mi país con estos niños se morirían […]”. (Hafida, 48 años, 11-1998)

En definitiva, muchas son las preguntas surgidas de los relatos aquí transcritos, relatos en los que se conjugan trayectorias, experiencias y situaciones laborales:

“[…] En mi propia familia, tenemos muchos planes para mejorar nuestra situación de vida […] Queremos traer al chico mayor de 25 años que está en mi país. Pero no es fácil. Ya veremos. Y luego construir una casa en mi pueblo y comprarse una aquí ¿por qué no? ¡Nunca se sabe! […] Me siento bien en España porque aquí tengo mi marido y mis hijos excepto uno que está de momento en mi país. En la actualidad no sé si me sentiré bien “en casa” cuando me vaya a mi país. ¡Hombre! He estado algunas veces a mi país para visitar a mi gente, igual que mi marido. Pero me siento mejor aquí. No pienso regresar, ni quiero regresar definitivamente a mi país porque aquí vivo mejor con mi familia. Estoy afectivamente satisfecha por mi familia y equilibrada aunque vivimos humildemente: comemos cosas corrientes, no caras; vivimos en una casa bastante barata […]”. (Zohra, 47 años, 12-1998).

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