El islamismo como actor político en el Magreb

El islamismo como actor político en el Magreb

Joan Lacomba. Universitat de València.

Al contrario de lo que frecuentemente se suele afirmar, el islamismo no es un fenómeno en esencia religioso, es sobre todo un fenómeno sociopolítico. Los islamistas hablan un lenguaje religioso, pero sus demandas no son de orden divino sino de orden terrenal. El recurso al terreno religioso tiene una doble lectura: de una parte, expresa la imposibilidad de acceder a una arena política vetada; de otra, se pone de relieve que la religión continúa siendo un capital simbólico movilizador de una gran importancia. Los gobiernos, al igual que los islamistas, también lo saben, y por eso ha existido durante los últimos años una fuerte competencia por hacerse con el monopolio del campo de la religión.
El islamismo tampoco es un movimiento homogéneo. La diversidad de los grupos (partidos, agrupaciones, tendencias, asociaciones, etc.) que podemos ubicar dentro de la órbita islamista es grande. Hay islamistas catalogables como integristas, literalistas o tradicionalistas, islamistas conservadores, moderados y pragmáticos, islamistas progresistas, islamistas próximos a la teología de la liberación, islamistas revolucionarios y radicales, y evidentemente la violencia no es un elemento común a todos ellos. Lo que da un hilo común a los movimientos islamistas es su discurso de oposición a regímenes políticos que son identificados con los intereses occidentales y no con los intereses propios, o con intereses particulares frente a intereses generales. La oposición a una modernización occidentalizante (y no a cualquier tipo de modernidad), hecha desde arriba y de la que se beneficiaría una minoría, en contra de una gran masa excluida de los beneficios pero sometida a sus imperativos, es su principal caballo de batalla.
El islamismo puede ser considerado, en términos genéricos, como una forma de expresión política del Islam o como una ideología política del Islam. Frente al Islam cultural-religioso y el Islam social, el Islam político construye teorías e instituciones que convierten éste en programa de gobierno sobre la vida pública. En todo caso, ni la lectura, ni el uso político del Islam, son exclusivos de los islamistas. El Islam como programa político puede estar, bien en oposición al poder, bien al servicio de él. La estrategia política del islamismo de oposición pone de relieve los dos elementos clave comunes a la gran mayoría de los países árabes y/o musulmanes: el bloqueo de la arena política y el potencial movilizador del Islam en ausencia de otros capitales simbólicos.
En el Magreb, al igual que en el resto de los países donde se manifiesta, el islamismo de oposición se posiciona frente al uso político del Islam desde el propio poder. El Islam oficial se sirve de la estructura del Islam institucional para autolegitimarse y consolidar su política. Por su parte, el Islam de oposición o Islam militante se sirve también de sus propias estrategias para extender su programa y tratar de producir el cambio político, aunque éstas pueden llegar a ser bastante heterogéneas: desde los islamistas más conservadores que propugnan la reislamización de la sociedad al margen de la modernidad, pasando por los islamistas progresistas que apuestan por la islamización de la modernidad y los islamistas radicales que afirman que el Islam contiene su propia modernidad. Sobre los medios, las opciones pueden ir desde la participación directa o indirecta en el juego político en algunos casos, a la oposición pacífica en otros y, en su forma más extrema, al uso de la violencia contra el poder considerado ilegítimo.
En el espacio geopolítico magrebí los movimientos islamistas son tan diferentes como los contextos histórico-sociales en los que se han gestado. Se enfrentan a situaciones diversas y sus estrategias se adaptan a las mismas. Algunos de ellos han accedido temporalmente a su legalización y participación en la vida política (de forma informal el Movimiento de la Tendencia Islámica/Partido del Renacimiento en Túnez, de forma breve el Frente Islámico de Salvación en Argelia y de forma progresiva el Movimiento Constitucional Popular y Democrático en Marruecos), mientras que para la mayoría la exclusión sigue siendo en la actualidad la norma (tanto el FIS como el MTI han pasado a la ilegalidad, mientras que la formación marroquí de Abdeslam Yasin, Justicia y Caridad, nunca ha salido de ella).
En cualquier caso el islamismo ha pasado a constituirse en un actor clave en el panorama político del Magreb. La represión directa del islamismo se ha manifestado, sobre todo en el caso de Argelia, como una alternativa peor que el supuesto mal que intentaba evitar. En otros casos, como el de Túnez y en algunos momentos en Marruecos, la persecución de los islamistas ha servido para descabezar cualquier oposición incómoda. Sin embargo, la integración política de los islamistas es la única posibilidad de moderación en sus planteamientos, al tiempo que una necesidad para la normalización de un auténtico juego democrático no restrictivo.
El pronóstico que de la evolución del fenómeno islamista se puede hacer en la actualidad indica que los movimientos islamistas se han convertido en un elemento imprescindible con el que habrá que contar de manera inevitable para entender y recomponer el escenario político de los países del Magreb en un futuro inmediato. En líneas generales son tres, al menos, las vías que los países del Magreb pueden tomar ante el ascenso de los movimientos islamistas:
1) El reparto del poder entre las élites gobernantes y los islamistas, garantizando la integridad del aparato del Estado a cambio del control de la sociedad por los últimos; situación a la que implícitamente se había llegado en Argelia antes de la interrupción del proceso electoral y sobre la que posteriormente han girado algunos de los planteamientos negociadores.
2) El uso de la vía represiva y la exclusión de los islamistas de la vida política; lo que implicaría, bien el aumento inmediato de la violencia por una y otra parte, como sucedió en Argelia después de la ilegalización de los grupos islamistas, bien un alejamiento de las posibilidades de democratización al atacar el pluralismo, como ha ocurrido en Túnez en esta última década.
3) La negociación entre las diferentes fuerzas sociales para la normalización de la vida política mediante la participación de los islamistas en el juego democrático como una fuerza política más, la aceptación de los resultados electorales y la aplicación de su programa de gobierno, siempre dentro del marco constitucional, en el caso de la victoria en las urnas.
La primera vía es una alternativa a medio plazo: tolerar la acción de los grupos islamistas y su labor de reislamización de la sociedad a cambio de su renuncia al asalto del poder. Es una estrategia que ha estado presente en la vida argelina durante los años ochenta y que sirvió para canalizar el descontento social de la población a través de su encuadramiento en el islamismo. Esa dinámica se romperá en 1988, año de grandes movilizaciones y de importantes disturbios que van a poner de manifiesto que el papel asignado a los grupos islamistas había sido desbordado por la profunda crisis que vivía el país, al tiempo que la fuerza alcanzada por éstos les permitía extender sus demandas al nivel de un cambio en el poder político. En el momento en que los islamistas han agotado su función tutorial sobre la sociedad han cambiado de estrategia y han aumentado sus exigencias en el terreno político. Sin embargo, esas exigencias han ido más allá de las concesiones que las élites gobernantes estaban dispuestas a hacer para preservar sus intereses y han desembocado, por tanto, en una lucha abierta contra los islamistas desde la posición de fuerza que otorga el control del aparato estatal y, sobre todo, militar.
La segunda vía tiene un efecto a corto plazo, y puede ser analizada también desde la experiencia argelina. La anulación del proceso electoral en marcha y la ilegalización del FIS, es decir, la exclusión del islamismo del ámbito político, sólo ha contribuido a radicalizar las posiciones de unos y otros y acrecentar la desestibilización y la violencia. La vía represiva argelina ha puesto de manifiesto el coste de sus efectos a todos los niveles: coste en vidas humanas, degradación de la vida del país y alejamiento de las posibilidades reales de democratización, a partir de la recuperación del protagonismo por las instancias armadas (ejército y guerrillas islamistas) en detrimento de la sociedad civil. Sin que se haya avanzado en la disolución del caldo de cultivo que permitió crecer y afianzarse al islamismo es de prever que el islamismo pueda volver a recobrar su fuerza.
En el caso de Túnez y Marruecos, si bien la exclusión de los grupos islamistas no ha tenido el efecto violento de Argelia, la estrategia ha ido acompañada de un férreo control sobre la vida política del país y de continuadas denuncias sobre violaciones de los derechos humanos en ese contexto represivo. De hecho, si la liberalización económica ha sido uno de los logros de los respectivos gobiernos, parece que se ha producido en relación inversa a la liberalización de la vida política, cuya democratización se ha visto sometida, especialmente en el caso de Túnez, a numerosas dificultades.
La tercera vía descrita, la de la participación de los islamistas en la vida política, es la que se perfila como única alternativa realista para superar la situación que actualmente se vive (la experiencia jordana, aunque con sus límites, ofrece un buen ejemplo al respecto). Se constata que el islamismo se ha convertido en un componente definitivo del paisaje político del Magreb, actuando en el marco actual como elemento de desestabilización, pero también como canal de expresión del descontento e instancia de resolución de conflictos y de síntesis entre las aspiraciones de modernidad y la conservación de la propia identidad. Combatir las desigualdades sociales e integrar a los islamistas en el juego político para moderar sus planteamientos es, en consecuencia, la única estrategia fructífera a largo plazo.

*Este artículo recoge algunos fragmentos del libro del autor Emergencia del islamismo en el Magreb. Las raíces sociopolíticas de los movimientos islamistas, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2000.

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