La "buena moneda"

Publicada 16 de Julio de 2019 08:28

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 por Loira Manzani

"Quien tiene o conoce una buena experiencia de la inmigración debe hablar de ello. Es preciso que en el mercado del rumor circule también la buena moneda para hacer retroceder a los bulos infundados que de oído en oído y de boca en boca, se acaban estableciendo como verdades universales.
Y no vale decir que esa buena experiencia que has vivido o conocido es poca cosa, no tiene importancia. ¿Acaso no la tienen las que circulan en sentido contrario?"

Mariano Ferrer se ha ido. Y éste es el último mensaje que nos ha dejado. Y con ese mismo mensaje me ha inspirado. Llevo días que quiero escribir algo sobre la infancia y juventud migrante, víctima de rumores, bulos, desinformación, fuertes vulneraciones de derechos, persecuciones, juegos políticos. Pero no se me ocurría nada que no estuviera ya dicho, nada que no fuera repetitivo, aunque, siempre, dadas las circunstancias, necesario.

Y entonces he decido que voy a escribir lo bueno, lo muy bueno de algunos de estos niños y jóvenes que he tenido la suerte de conocer.

Mohamed vivía en un centro de menores de Padua, Italia. Venía de Marruecos, me dijeron que tuviera cuidado con él, que era agresivo. Cuántas risas me eché con él hablando de la vida en el balconcito de su piso de acogida.

Abdelmajid tenía 18 años y aparentaba 11. No comía casi nada, vivía en la calle y por eso le preparaba arroz que era lo único que parecía gustarle. Dormía en los toboganes del parque de mi barrio. Hoy es alto y sano. Trabaja de cocinero en Tolosa.

Bouchta se escondía detrás de una gorra negra. Los rizitos salían de ella. Era hermético, desconfiado, muchas palizas le había dado la vida en tan solo 18 años. Pero tenía un sueño. Ser atleta. Y en pleno Ramadám hizo una prueba de atletismo a raíz de la cual empezó a entrenar, feliz.

Idriss sueña con volver a Ghana algún día. Vino aquí con 19 años. Un día vino donde mí con la mochila agujereada. Habían sido las ratas me dijo. De noche, mientras él dormía, intentaron comer la poca comida que tenía guardada. Hoy es soldador, vive en Zizurkil, con su mujer y dos niños.

Ahmed tenía 14 años. Se escapó del centro de menores de Madrid y camino a Francia se cayó en la estación de trenes, rompiéndose un brazo y la mandíbula. Le operaron de urgencia en el Hospital Donostia. Su cara era triste y su actitud desconfiada. Pero hubo dos personas que consiguieron sacarle preciosas sonrisas. Ayoub y Oussama, hace uno meses, salieron con 18 años del centro de menores, sin papeles, sin vivienda, sin nada. Pero la empatía y el buen corazón nadie se las quita. Con un ajedrez hicieron turnos en el hospital para hacerle a Ahmed el ingreso más ameno.

Abdelaziz ha sido seleccionado para hacer un curso de camarero y ayudante de cocina. Empieza las clases a las 8 de la mañana. Fuera de su chabola de cartón y chatarra se ducha con agua fría de un balde. Nadie en clase sabe dónde ni cómo vive.

Roumdani salió de su pueblo en Marruecos porque allí sólo le esperaba cuidar el rebaño. Los niños del pueblo le vacilaban por ello. Él quería estudiar. Cruzó el estrecho escondido debajo de un camión, al lado del motor. Pero en Donostia, a pesar de que él dijera que tenía 16 años, la prueba de la muñeca para determinar su edad dijo que tenía 19. No podía aguantar la calle. Debajo de otro camión que él creía que se iba a Irlanda, intentó seguir persiguiendo su sueño. Pero el camión se iba a Bilbao y en el peaje de Durango, en plena hipotermia, Roumdani perdió las fuerzas y se cayó. Hoy en día, como hábil fontanero, ha trabajado para la construcción de San Mamés y de Tabakalera.

Anissa quería ir a la Universidad. Pero su padre no la dejaba irse de Tánger para ello. En España pensaba conseguirlo. Pero en el centro de menores no la dejaban estudiar y cuando salió con 18 años, se encontró en la calle. Aguantó un mes, hasta que volvió a su país.

Mohammed K. me miró fijo a la cara y me dijo “nadie me va a querer!”. Allí empezó mi reto. De pequeño había visto a su madre matar a su padrastro. Durante años nadie se hizo cargo de él. Su sonrisa es una de las más bonitas que he conocido.

Mouhsine rapea en el escenario “somos africanos, no somos americanos, no tenemos razón pero tenemos corazón”. Canta la discriminación, los abusos, los sufrimientos y la alegría. Tiende la mano a cualquier paisano se encuentre en dificultad y lucha cada día para que la gente derrumbe sus prejuicios.

Fadilu salió a los 10 años de su casa en Ghana, en búsqueda de su madre. Cruzó 4 países diferentes sin encontrarla. Fue un niño de la calle, vivió violencias, sufrió mucho pero nunca se vino abajo. Llegó a Donostia en junio de 2014. Yo estaba en el último mes de mi primer embarazo. Le expliqué lo que tenía que hacer para poder ingresar a un centro de menores. Cuenta su vida siempre con la sonrisa en su cara porque, dice, él se siente afortunado. Los y las jóvenes que encuentra en las escuelas donde va a contar su historia se enamoran de él. Mi hijo, Sustrai, y Fadilu tienen una conexión increíble. Ahora se ha ido a Miranda de Ebro a trabajar. Sigue emigrando, dice. Nunca ha sabido nada de su madre.

Badr llegó a España con 9 años. Pasó 9 años en centros de menores. Frialdad, menosprecio y palizas eran al orden del día. Cuando cumplió los 18 años no sabía qué hacer con tanta libertad. Ahora cada vez que encuentra trabajo, lo deja al poco tiempo. Durante 9 años le han enseñado que no vale nada.

Son personas, con nombres e historias. No son excepciones. Y son solo algunas de las miles historias de estos chavales. Algunos vienen, se quedan, otros vienen y se van. Otros vienen y les devuelven por culpa de esta frontera que nos separa, como Ayoub, como Rachid, como Abdelhamid y como muchos más. Ojalá pudieran elegir dónde estar, ojalá pudieran perseguir sus sueños sin encontrarse constantemente con fronteras invisibles. Ojalá supiéramos abrirnos a ellos y derrumbar esos muros que nos separan y nos hacen pequeñxs. Ojalá.

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