Gipuzkoa Solidaria 2012. Aprendiendo a convivir

Publicada 26 de Noviembre de 2012 07:27

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Gipuzkoa Solidaria2012

En el auditorio Kursaal (Donostia) ayer

Foto: Valentín foto

Discurso de bienvenida de Agustín Unzurrunzaga (SOS Racismo)

Arratsaldeon guztioi

Aurten, Gipuzkoa solidarioaren hirugarren ekitaldia ospatuko dugu, Bizilagunak eta Aldameneko familia lemapean. Ekimen honek badu beste berezitasun bat, hirugarrena izatetik aparte, internazioanala dela, alegia. Europako beste sei herrialdetan (Txekian, Eslovakian, Italian, Hungarian, Maltan, Belgikan eta Portugalen egin ziren bazkariak aurreko domekan, hemen, Gipuzkoan bezala, egun eta ordu berean. Eta leku guztietan asmo berarekin: bertako eta atzerriko pertsonen arteko bizikidetza eta elkar ezagutza bilatzea, harreman berriak sortzea, besteekiko aurreiritzi eta fantasmak uxatxea hitz batean, elkarren alboan bizitzetik, elkarrekin bizitzearen aldeko urratsak ematea.

Una de las motivaciones más aludidas por las personas que habéis tomado parte en las comidas de este Bizilagunak, es la de romper con los estereotipos y los prejuicios.

Los prejuicios son representaciones estereotipadas, exageradas, de un grupo social, construidas a partir de la generalización abusiva de algunos de sus rasgos. En los prejuicios resulta valorado el propio grupo, y desvalorizado el otro o los otros grupos: los negros, los judíos, los musulmanes, los gitanos, los inmigrantes en general o una parte de ellos, los magrebís, los latinos, los rumanos, o los españoles, los catalanes o los vascos... Los prejuicios son la forma más elemental y primaria de la lógica de la exclusión, y constituyen una de las manifestaciones más elementales y corrientes, ese primer escalón de la xenofobia y el racismo.

Los prejuicios dificultan o impiden establecer relaciones con un grupo social, pues nos empujan a que la relación se establezca, no con seres reales, sino con la imagen, las ideas o las actitudes que previamente les hemos atribuido. Esas imágenes e ideas las recogemos de muchos sitios: del ambiente social, de las conversaciones que tenemos con los amigos en el bar, de los comentarios que se hacen en las familias, de los textos escolares, de dichos y canciones populares, de los cuentos infantiles, de las películas que vemos, o de lo que se dice en los medios de comunicación.

A veces, los prejuicios, tienen una escasa o nula relación con la realidad. Y en sus casos más extremos rozan el delirio. Es lo que mostró Eugene Hartley a mediados de los años 40 del siglo pasado, cuando hizo circular un cuestionario sobre relaciones raciales con 35 grupos étnicos. Entre los grupos que provocaban más aversión, además de los judíos y los negros, se encontraban los danireos, los parineos y los wallorianos, unos grupos étnicos ficticios que Hartley introdujo para mostrar que la desconfianza, el miedo, o incluso el odio hacia otros, puede estar basado en cosas que nada tienen que ver con la realidad.

Los prejuicios deforman y dividen. No nos dejan ver a las personas tal y como son, ni nos dejan ver las realidades sociales en las que se desenvuelven. Por ello consideramos que vale la pena hacer un serio esfuerzo para combatirlos. ¿Cómo?, facilitando la relación entre personas de carne y hueso, viéndonos como somos, como convecinos, escuchándonos. Lo que se hizo el domingo pasado es un paso más en esa dirección. Como señala el escritor de origen búlgaro afincado en Francia y nacionalizado francés Tzvetan Todorov, “aprender a convivir con los otros es siempre preferible al enclaustramiento temeroso de puertas para adentro de una identidad. Hallarse obligado a conversar con seres diferentes obliga a no tomarse a sí mismo por el centro del universo, y autoinyectarse a la par ciertas dosis de tolerancia, a la vez que enriquece la propia inteligencia”.

Aunque siempre, en toda la historia de la humanidad se han dado migraciones, en esta época en la que nos ha tocado vivir se da, probablemente, la mayor circulación de personas. Hace cinco años éramos el país de Europa que mayor número de extranjeros recibía e incorporaba a la residencia. Desde hace dos años, y debido al impacto brutal de la crisis que padecemos, nos hemos ido convirtiendo en una zona mixta, en un país que combina la inmigración con la emigración. Y nadie tiene muy claro que pasará en los cinco o diez próximos años, aunque la hipótesis más probable es que la emigración aumente, que los saldos migratorios sean negativos, que salgan más personas de las que entran. Hoy todos somos extranjeros en potencia, y de forma especial las personas jóvenes, que son siempre los más firmes candidatos a la emigración. Y a ellos les tocará aprender a convivir con otros, pero desde la condición de emigrado, y no de autóctono receptor.

Eso nos aportará nuevas experiencias y nuevos conocimientos. Y volveremos a reproducir una discusión que es tan vieja como la propia humanidad, la del arraigo y la del desarraigo. Y volveremos a decir, como Plutarco o Antístenes, que las personas no somos plantas hechas para permanecer inmóviles, que no somos como los caracoles.

Ya sé que esto es hoy causa de zozobra en muchas familias. Pero creo que es posible verlo de otra manera, o por lo menos incorporar otra mirada. Recojo unas palabras de la demógrafa Carmen González Enríquez, relativas al conjunto del Estado: “¿Es capital humano dilapidado, un despilfarro de la inversión pública en el sistema educativo? No, esa inversión es la que les permite encontrar trabajo, sea fuera o dentro de las fronteras españolas. Emigrar o encontrar trabajo en España es más difícil cuanto menor sea el nivel educativo. ¿Acaso es preferible un licenciado en paro en España o un licenciado español empleado en los Estados Unidos o Dinamarca? Por otra parte, es muy probable que la mayoría de ellos vuelvan, por esa fuerza de los lazos familiares. Pero, mientras tanto, no es necesario amargarse contemplando como enfermedad lo que es sólo un síntoma de la crisis pero a la vez una oportunidad”

Y quisiera, para acabar, expresar una reivindicación concreta. Pediría más, pero, de momento, me conformo con una, por urgente.

Sabéis que entre los recortes aprobados por el Gobierno del Estado está el de dejar sin asistencia sanitaria completa, en las mismas condiciones que los españoles, como dice el artículo 12.1 de la propia Ley de Extranjería, a las personas extranjeras en situación administrativa irregular empadronadas. Era un derecho que estaba reconocido desde el año 2000. Esta norma, que entró en vigor el 1 de septiembre en el conjunto del Estado, no se está aplicando en Euskadi. Aquí no se han invalidado las tarjetas sanitarias de esas personas. Siguen vigentes las expedidas antes del 1 de julio y, para las solicitadas con posterioridad a esa fecha se ha habilitado un sistema que, aunque con altibajos y disfunciones, no está dejando, por ahora por lo menos, colgada y sin derechos a la gente. El problema es que todo esto pende de un hilo, que el Gobierno del estado está en contra, que hay recursos interpuestos ante el Tribunal Constitucional, y plazos de suspensión cautelar que se acabarán pronto.

Aprovecho la ocasión para pedirle al nuevo Gobierno Vasco, a quien dentro de él asuma el departamento de sanidad, que mantenga en su plenitud el derecho a la asistencia sanitaria completa a las personas extranjeras en situación administrativa irregular, como mínimo como ese derecho ha sido reconocido e implementado desde que fue aprobado en el año 2000.

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