Entre el acogimiento y el miedo a los refugiados

Publicada 23 de Octubre de 2015 11:30

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Agustín Unzurrunzaga

La política sobre el reconocimiento del derecho de asilo en la Unión Europea sigue llena de contradicciones.

Hay acogimiento, pero se le quiere poner límites. Y ello se hace al margen de las necesidades de las personas solicitantes. El tiempo pasa, e incluso los acuerdos de relocalización a los que se llegó el 22-23 de septiembre, no acaban de materializarse. El primer mini movimiento se ha dado el día 11 de octubre, con el traslado a Suecia de diecinueve refugiados eritreos. A ese ritmo, lo acordado a finales de septiembre, que ya era muy limitado, tardará bastantes meses en materializarse.

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Manifestación lunes 14 septiembre en Donostia

Al mismo tiempo, la Unión Europea sigue con su política de impedir la llegada de nuevas personas refugiadas. Lo que se busca es obligarlas a permanecer en países terceros, tales como Turquía, Líbano, Jordania, Egipto o Libia. Que no lleguen a ningún país de la Unión.

UENAVFOR MED, operación Sofía

A partir del 7 de octubre se ha puesto en marcha la operación Sofía, después de que el Consejo de Seguridad de la ONU, por 14 votos a favor y una abstención, autorizase a la Unión Europea a utilizar la fuerza para impedir en alta mar que los barcos con migrantes procedentes de Libia lleguen a las costas de Italia, Grecia o Bulgaria. La Unión Europea pone en esa operación, que durará un año, nueve barcos de guerra y 1.300 personas, que podrán inspeccionar y requisar los barcos que sospechen llevan personas potenciales solicitantes de asilo. En los barcos que intervendrán en esa operación habrá policía judicial italiana, que será la encargada de gestionar las inculpaciones. Si esos barcos llevan alguna bandera, para intervenir tendrán que solicitar autorización al país concernido. Se autoriza a los barcos de guerra europeos a detener a quienes llevan el barco, que serán trasladados a Italia para ser juzgados. Si el barco va cargado de personas, estas serán trasladadas a Italia, país en el que se examinarán las demandas de asilo. ¿Cuánta fuerza se utilizará?, no se concreta. Lo que se le pide a la Unión Europea es que trate con “humanidad” y “dignidad” a las personas que vayan en esos barcos, migrantes potenciales solicitantes de asilo. El puesto de mando de esta operación, que busca impedir la llegada de solicitantes de asilo que utilicen la vía del Mediterráneo central comprendida entre Túnez y Libia, está en Roma, y está compuesta por 180 personas de veinte nacionalidades de la Unión Europea.

Según declaraciones de Federica Mogherini, responsable de la política internacional de la Unión Europea, los barcos que transportan personas suelen ir acompañados por dos barcos de escolta rápidos, que desaparecen cuando el barco con las personas va a ser socorrido. Se trataría, por lo tanto, de detener al barco principal, el que transporta las personas, y a los que le escoltan. Según el almirante francés Hervé Bléjean, segundo comandante de esta operación, el objetivo es el de perturbar el tráfico creando inseguridad en las redes de transporte. Sería una operación de policía llevada a la práctica con medios militares. Es decir, dejándonos de gaitas, una auténtica operación militar en la que, además de los militares, que son la inmensa mayoría, participan unos cuantos policías judiciales. ¿Esta operación paralizará el tráfico? El mismo almirante Hervé Bléjean cree que no, que las redes de transporte se adaptarán, pero que, en todo caso, hará que el transporte sea más difícil. Cabe preguntarse para quien será más difícil. Los responsables de la Unión, todos a una, dicen que para quienes trafican con personas. Pero tal y como todo está diseñado, es evidente que también será más difícil para las personas transportadas, para los refugiados y las refugiadas, a los que se les está lanzando el mensaje, por activa y por pasiva, de que, en realidad, aquí no se les quiere. Lo que desde las autoridades de la Unión Europea se califica como “guerra” contra los traficantes, tiene también un evidente componente de “guerra” contra los refugiados, a los que no se les ofrece ninguna salida efectiva para que no tengan que utilizar los servicios de unas redes de transporte que les explotan: no se les ofrecen visados, ni salvoconductos, ni pasillos humanitarios. Y eso, diga misa cantada en latín Federica Mogherini o Jean-Claude Juncker, supone obstaculizar el ejercicio del derecho de asilo.

La operación Sofía es la segunda fase de una operación más amplia, cuyo objetivo es la destrucción de los barcos que puedan transportar personas, y hacerlo en aguas territoriales de Libia. Para eso, para esa tercera fase, ni los libios ni la ONU han dado todavía el visto bueno, y tampoco está nada claro que lo vayan a dar. La primera fase de esa operación consistió en la acumulación de información sobre de donde salían los barcos, de donde eran y cómo funcionaban las redes de transporte. Y de forma expresa no hablo de mafias, que es la expresión que más se está utilizando. Si todo grupo de personas que se organiza para cometer delitos es una mafia, las mafias no existen. La generalización de esa calificación vacía de contenido a lo que sí son las mafias, que son unas organizaciones delictivas con características muy especiales, muy estudiadas en el ámbito de la criminalística y de la propia policía que las combate.

¿Y las personas refugiadas, solicitantes de asilo, de protección subsidiaria?

¿Y en toda esta historia, las personas provenientes de Siria, de Eritrea, de Afganistán, de Sudán y otros lugares, donde quedan? ¿Dónde queda el derecho que esas personas tienen a pedir asilo en cualquier Estado, comprendido, como es obvio, los Estados que conforman la Unión Europea? Obligarles a no venir, a quedarse en territorios en los que ese derecho no se puede materializar, como Libia, es, de facto, cargarse los fundamentos del derecho de asilo y de la protección subsidiaria, tal y como se han ido construyendo desde mediados del siglo pasado.

Los dirigentes de la Unión Europea están practicando un juego lleno de trampas. Dan por supuesto, en los hechos, que el sistema de asilo no puede funcionar si pasa de un cierto umbral, que nadie sabe en qué ni en cuanto consiste, o llega más gente de la esperada en un espacio corto de tiempo, aunque esto segundo está contemplado en los reglamentos comunitarios. No les importa que esos supuestos umbrales sí se pasen en otras partes que no son Europa, que haya cerca de dos millones de refugiados en Turquía, 1,2 millones en Líbano o 700.000 en Jordania, que países mucho más pobres, con menos medios de acogimiento que la Unión Europea, soporten una carga mucho mayor. Se da por supuesto, a priori, que los ciudadanos y ciudadanas de los diferentes Estados de la Unión no van a aceptar según qué cantidades, cuando la realidad nos va mostrando que eso no es cierto o, como mínimo, no es del todo cierto. No se trata de negar tensiones en este terreno, que en algunos países son muchas. Se trata de otra cosa. Del miedo que una parte de los dirigentes europeos tienen hacia a una parte de las propias sociedades europeas, a la parte más conservadora, con menos empatía humanitaria, a la más encerrada en sí misma. Y ese miedo no es privativo de la derecha democrática, ni mucho menos. Alcanza y afecta de lleno a una parte de la izquierda. Las tensiones que se están dando en Alemania son una buena muestra de ello. Ángela Merkel, demócrata cristiana, está mostrando una entereza mucho mayor que los dirigentes socialdemócratas con los que gobierna en coalición. Desde hace ya cierto tiempo, esos dirigentes forman parte de las voces que le dicen a Merkel que hay que parar, en concordancia con la parte más derechista de la corriente demócrata cristiana, la CSU de Baviera, y con una parte de la CDU, encabezada por el ministro del interior.

Apoyarse en la parte de la ciudadanía europea favorable a una decidida política de acogimiento

La realidad nos muestra que hay una parte muy importante de la ciudadanía de diferentes Estados de la Unión Europea que es favorable al acogimiento, que ha ido más adelante y ha sido mucho más consecuente que sus dirigentes políticos y que muchos medios de comunicación. Pero claro, hay que trabajarla y reforzarla. Si eso se hace, apoyándose en esa parte de la población se pueden contrarrestar las voces que usan el miedo, tanto las de derecha extrema como las de las derechas conservadoras. Incluso en un país como Francia, que en esta crisis se coloca, en su conjunto, en el pelotón de los rezagados, vemos que el ayuntamiento de París, cuya alcaldesa es Anne Hidalgo, militante del Partido Socialista, ha propuesto un plan de dieciocho medidas de acogimiento que van mucho más allá de lo que el Gobierno de su mismo partido propone para el conjunto del país.

Los Estados que conforman la Unión Europea tienen una serie de deberes humanitarios y legales que cumplir, derivados de los valores humanistas que conforman la construcción de la Unión Europea y de las Convenciones y Tratados firmados por todos ellos. Basarse en ellos es un deber de los dirigentes políticos de la Unión. Y es, por tanto, su deber oponerse a la parte de la ciudadanía que por diferentes motivos aboga por su no cumplimiento. Y es, por tanto, un deber de los organismos de la Unión, hacer que algunos dirigentes de Estados de la Unión los cumplan y, de si no lo hacen, sancionarlos con los mecanismos comunitarios que estén previstos. No es aceptable que los organismos de la Unión no hayan adoptado ninguna medida contra el gobierno húngaro presidido por Victor Orban, ni siquiera la del reproche, la de mostrar públicamente el rechazo que sus decisiones provocan. No es aceptable que el Parido Popular Europeo, grupo en el que se integra el partido de Orban, no haya tomado ninguna decisión al respecto, dentro de su propio grupo.

El mismo día que se ponía en marcha la Operación Sofía, Merkel y Hollande hablaron en el Parlamento Europeo sobre el tema de los refugiados. Hablaron a favor del acogimiento. Pero su credibilidad, sobre todo la de Hollande, es limitada. Angela Merkel ha estado a la cabeza del mayor grado de apertura de los dirigentes de la Unión. Pero ese no ha sido el caso de Hollande, ni mucho menos. ¿Qué credibilidad pueden tener sus palabras cuando en esta crisis en concreto, Francia está muy lejos de distinguirse por su generosidad, muy lejos de países como Suecia o Alemania? ¿Qué credibilidad pueden tener las palabras del presidente francés cuando ha sido incapaz de dar salida al lío que tiene en el Calaisis, y ha hecho oídos sordos a lo que en repetidas ocasiones se le viene exigiendo desde las Naciones Unidas? ¿Qué credibilidad pueden tener sus palabras cuando ha aplicado una política tan dura o más que la de su antecesor, Sarkozy, contra los asentamientos de roms procedentes de Rumanía, en Francia, algo criticado desde los propios organismos de la Unión Europea? ¿O es el incremento de su actividad militar en Siria lo que nos quiere presentar como contrapartida?

Las pasarelas entre las derechas tradicionales y las derechas extremas

Las derechas extremas europeas, una parte de las derechas liberal conservadoras tradicionales y una parte de la izquierda, quieren que se acabe cuanto antes esta historia de la llegada de importantes cantidades de personas que solicitan el asilo en el interior de la Unión Europea, directamente en los Estados que la componen, y muy preferentemente, en tres o cuatro de ellos.

Para las derechas extremas es un campo de acción política fundamental. Se apoyan en los miedos de una parte de la población, en sus inseguridades. Identifican un enemigo interior y un enemigo exterior, las personas inmigrantes de religión musulmana y el islam en general y, de maneras más o menos claras, plantean o sugieren la idea del gran reemplazamiento, la de una Europa invadida y sumergida por migrantes procedentes de los países árabes y África. Y, como nacional populistas que son, sus dirigentes se presentan como los o las únicas que pueden poner freno a esa situación.

Entre las derechas extremas y una parte de las derechas tradicionales hay, sobre estas cuestiones, evidentes pasarelas. Comparten parte de los miedos, y ponen por delante las posiciones autoritarias y lo relacionado con las identidades. Y, hasta derrapan y van sin frenos y cuesta abajo, como cuando una eurodiputada sarkozysta, Nadine Morano, apela abiertamente a que Francia es un país de raza blanca, y que hay que preservarlo así. Y, aunque es verdad que esas declaraciones, hechas en un plató de televisión, le han valido ser eliminada de las listas electorales de su partido para las próximas elecciones regionales, no es menos cierto que unos cuantos dirigentes del mismo mostraban, más allá de señalar la inconveniencia de la expresión concreta utilizada, que, en el fondo, no está equivocada.

¿Australia como modelo?

Con todo este juego de presiones, en el ámbito europeo se va configurando una política que tiene, a mi juicio, rasgos comunes con la que desde hace un tiempo viene practicando Australia. Ese país tiene suscritos acuerdos con islas más o menos cercanas a sus costas, en concreto con Manus y Nauru, que están en el archipiélago de Papúa Nueva Guinea. Las personas potenciales solicitantes de asilo que sean detenidas en alta mar queriendo llegar a Australia, sean transportadas a esas islas. En ellas se gestionan las solicitudes de asilo. A quienes se les reconoce como asilados en la isla de Manus, se les deja entrar a Australia y, a quienes no, se les deporta a sus países de origen. A quienes se reconoce esa condición en la isla de Nauru, se les traslada a Camboya, en virtud de un acuerdos suscrito entre los gobiernos australiano y camboyano. Por otro lado, Australia negocia directamente con el ACNUR unas cantidades concretas, una especie de cuotas, de aceptación de refugiados anuales, 13.750 en los años 2015, 2016 y 2017. Para el bienio 2018-2019, 18.750. Es una política que se sustenta sobre tres patas. Una, la principal, que las personas solicitantes de asilo o protección internacional no puedan llegar directamente a Australia. Dos, acuerdos para que quien se acerque se quede fuera de las fronteras del territorio. Ahí, fuera del país, se revisarán sus solicitudes. Tres, acuerdos directos con el organismo encargado de los refugiados de naciones unidas, para negociar cuotas anuales.

Si hacemos la comparación vemos que: Uno, la Unión Europea quiere impedir la llegada directa de solicitantes de asilo, especialmente desde la frontera sur, la del Mediterráneo. Para ello ha puesto en marcha la operación Sofía. Dos, declarar países seguros a los de tránsito, a los de los balkanes. Tres, apoyo directo, material y monetario, a los países cercanos a las zonas de conflicto (Turquía, Líbano, Jordania...) para que las personas refugiadas se queden allí. Cuatro, negociar las cantidades que vayan a entrar a Europa con esos países. Quinto, como la Unión Europea está formada por Estados, acuerdo interno sobre el sistema de reparto.

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