Juan Goytisolo. España y sus Ejidos

JUAN GOYTISOLO
ESPAÑA Y SUS EJIDOS
HIJOS DE MULEY-RUBIO
MADRID 2003

Esta hermosa edición ilustrada recoge, como lo señala el escritor en el prólogo, ensayos y artículos que abarcan un período de cuatro décadas: desde testimonios de emigrantes del sur de la península, que fueron a trabajar al norte (los llamados maquetos de Euskadi o charnegos de Cataluña) o a Europa hasta los últimos artículos del escritor sobre la patética reconquista de Perejil. Juan Goytisolo se duele, por un lado, del fanatismo de ETA y, por otro, del rebrote de nacionalcatolicismo del Partido Popular.
Juan Goytisolo (Barcelona 1931) es quien mejor, hoy y en castellano, puede escribir sobre movimientos migratorios pues su propia trayectoria vital e intelectual es la de un exiliado y un nómada. En 1956, después de realizar el servicio militar, necesario para conseguir un pasaporte en la España de Franco, decide instalarse en París porque no podía soportar la asfixia cultural del régimen. Autor de Señas de identidad, en 1966 decide iniciar nuevos derroteros en su creación literaria, aquellos que le apartan de la España oficial y le llevan a la corriente mudéjar, proscrita oficialmente. Homosexual y autocalificado como “moro” escribe Don Julián y se instala años en Marruecos y años, como profesor universitario, en Nueva York, siendo, desde hace siglos, el único escritor español conocedor del árabe.
Autor del artículo Vamos a menos, publicado en El País, contra la exaltación nacionalista española de José María Aznar, vive en Marraquech con una familia marroquí, cuyos hijos son los herederos de sus derechos de autor cuando muera.
El libro que vamos a comentar es un puzzle de escritos así presentado para que la inteligencia del lector lo ordene y se mire al espejo de esos “*nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos*” que Juan Goytisolo dice que son/somos los españoles de hoy.
La cuarta parte del libro, titulada Mundos ignorados (Páginas 145-180) recoge testimonios de hombres y mujeres, que vivían en la miseria en el sur de la península y que, en los años 50, emigraron a Europa, sobre todo a Francia, ellos como trabajadores de la construcción y ellas como mujeres dedicadas al servicio doméstico. El denominador común de estos emigrantes es una infancia sin conocer la escolarización, vida en chabolas, hambre y robo para alimentarse. La vida más digna, como trabajadores en Francia, hizo que se sintieran ciudadanos con derechos. Uno de estos emigrantes escribe a sus padres en España, contándoles las ventajas de su nueva situación de trabajador. La respuesta de los padres ilustra sobre el país que estos trabajadores habían abandonado:
“Tu querido padre escribe a su querido hijo pues bien me encuentro con la perfecta salud como deseo la tuya que tu padre nunca te olvidará en este mundo ni el otro me siento muy orgulloso de la honradez de mi hijo que se halle en París con el cariño de su padre felicito a todos los concejales de París y incluso al Señor Alcalde con cariño y amor que han recogido a mi hijo quisiera a estrechar mi mano del presidente de la República porque Francia es muy buena y la amo con cariño y para que conste firma. (Nombre y cuatro apellidos)“ (Pág. 155).
Pero el estado español ha cambiado. De ser los españoles los emigrantes que realizaban, los del sur en el norte, los peores trabajos, ahora son extranjeros los que vienen a España a realizar los trabajos que los españoles ya no quieren. No obstante, la reacción de los ciudadanos españoles respecto a estos inmigrantes es, en numerosas ocasiones, racista y olvidadiza de cuál ha sido el pasado.
Hoy, hay 12 millones de musulmanes europeos y España, solar que ha estado constituido por cristianos, musulmanes y judíos hasta las expulsiones de los Reyes Católicos, podría aportar su peculiaridad, la peculiaridad de una cultura en la que, según el escritor, lo mejor de ella es mestizo, como ocurre con el Arcipreste de Hita, La Celestina, Cervantes, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León.
En el artículo El Ejido, quién te ha visto y quién te ve(Páginas 26-29) el escritor nos relata su profundo conocimiento de esta comarca almeriense. La primera vez que visitó El Ejido fue en 1957, cuando, ya residente en París, se sentía atraído por el sur. En 1961 realizó el trayecto con Simone de Beauvoir, Nelson Algren y el futuro director cinematográfico Vicente Aranda. Simone de Beauvoir comentó: “Quelle pauvreté! On s´y croirait en Afrique!”(¡Cuánta pobreza, nos creeríamos en África!) (Pág. 26).
Y, hace pocos años, la comarca almeriense de El Ejido ha tenido actualidad por el racismo de los almerienses respecto a los inmigrantes magrebíes y sursaharianos que, ahora, realizan allí los peores trabajos que los antiguos pobres almerienses no quieren para ellos. Las reflexiones de Juan Goytisolo al respecto apuntan a que Almería, antaño la provincia más pobre del estado Español, no adquirió nunca una cultura del exilio ni de la solidaridad. Si la adquirió fue en Europa pero no en la propia Almería.
Juan Goytisolo, ya lo hemos dicho, considera que España se ha convertido en un país de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos y para apoyar esto apunta que más de la mitad de los beneficiarios de la prosperidad económica de El Ejido son analfabetos. No ha habido una paridad en el acceso a la riqueza y el acceso a la cultura. Ahora en El Ejido los almerienses se burlan de los “moros” porque caminan cogidos de la mano, olvidando que, hace más de cuarenta años, Juan Goytisolo veía a los reclutas almerienses, en Cataluña, pasear cogidos del meñique.
El escritor, sensible a los problemas migratorios, vive austeramente y no quiere prodigarse como una figura pública ni asistir a rentables actos culturales. Así nos dice:
“*Tal como están las cosas, cansado ya de invitaciones para intervenir en mesas redondas sobre temas rentables, para sus promotores, como pueden ser “El Mediterráneo”, “Diálogo Norte-Sur”, “El Islam”, “Al Andalus”o “El mestizaje de culturas”, sólo se me ocurre sugerir a la sección de Viajes y Aventuras de este periódico unas ofertas originales de vacaciones todo pagado que vayan desde el rodaje garantizado en vídeo del naufragio o captura de inmigrantes en los farallones de Tarifa, con posibilidad de intervenir en persona, mediante un plus, en el socorro o aprehensión de los ilegales, a una reñida y emocionante regata de pateras con salida puntual del malecón de Ceuta o Málaga, a menos que las corrientes del Estrecho las empujen, sin peligro alguno para sus ocupantes dado el eficaz dispositivo de vigilancia de la empresa promotora, a nuestro irredento Peñón de Gibraltar.
¡Una sugerencia infinitamente más incentiva y menos costosa que un adocenado safari por tierras de África!”* (pág.43).
En “*La Chanca, 20 años después*”, el escritor, antes de referirse a ese antiguo barrio mísero de Almería, se ubica. De apellido vasco y nacido en Barcelona, nunca se ha identificado ni con Euskadi ni con Cataluña. En 1956, ya lo hemos señalado, se exilió en Francia, en París. Pero su París ha sido el del barrio de inmigrantes, sobre todo turcos, del Sentier. En París descubrió su homosexualidad al tener relaciones sexuales con magrebíes. Viviendo en París viajó a Murcia y Almería. Estas provincias le pusieron en contacto con una miseria tercermundista y, por ello, hay que leer su libro de viajes La Chanca, donde fotografía realísticamente un barrio miserable, sin luz, sin agua corriente, verdadera vergüenza para el régimen franquista. Pero a la vez que descubre las desigualdades sociales, que le hacen orientarse a la izquierda política, se siente subyugado por esos paisajes africanos de la España del sur.
Años después, el escritor se rebela contra el desarrollismo franquista de los 60 y contra su país vendido al turismo. Ello le hace despedirse de España en 1966 en su novela Señas de identidad y buscar las raíces mudéjares de la cultura española. Para él la mejor literatura en castellano o es medieval y mudéjar como El libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita o conversa como La Celestina de Fernando de Rojas o, de nuevo mudéjar, como El Quijote y la obra de San Juan de la Cruz. Más adelante descubrirá la literatura española escrita en el exilio como la obra de Blanco White o la de ese español “*sin ganas*”, tal como se definía el poeta exiliado de la Generación del 27, Luis Cernuda. Sobrecoge su opinión sobre otro ilustre exiliado, Max Aub, ese judío de izquierdas, que tuvo que exiliarse en 1939 y que no pudo regresar a su país hasta que le concedieron un visado en 1969 y descubrió con amargura que los escritores del interior habían olvidado la República, la guerra civil y el exilio mexicano.
Hoy, Juan Goytisolo vive en Marraquech, ciudad marroquí que posee una plaza, la de Xemáa el Fna, donde se pulsa el sentir de la vida medieval: literatura oral, juegos al aire libre… Esa plaza, que Juan Goytisolo ha conseguido que sea protegida como patrimonio oral de la humanidad, le ha enseñado lo que fue, en muchas zonas, la vida en la península ibérica antes de los Reyes Católicos. Juan Goytisolo vive allí y habla el árabe dialectal de Marruecos. Cuando va a París habla el francés o el turco en el barrio de inmigrantes del Sentier. Nunca pasa más de un mes en su país de nacimiento a pesar de escribir, siempre, en castellano. Dice que es “*un español sin ganas*” como decía Luis Cernuda y que su nacionalidad es cervantina. La de ese Cervantes que, pobre, quiso emigrar a América y no lo consiguió.
La postura privilegiada de Juan Goytisolo permite que su mirada a mundos pluriculturales sea óptima. Respecto a países como Euskadi o Cataluña dice que es mejor tener dos culturas que una y tres mejor que dos. Su obra y su actitud vital son las del que ha roto, siempre, con lo que se institucionaliza y se anquilosa. Sigue, como dice él “*cervanteando*”.

ELENA ADRIÁN

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