Colonialismo y neocolonialsmo en Africa

Colonialismo y neocolonialismo en África

Gustau Nerín. Diciembre de 2000

Cuando hablamos de colonialismo, solemos referirnos a un mecanismo de dominación total, por el cual Occidente trató de subordinar el continente africano a sus intereses políticos y económicos; para ello le impuso nuevos sistemas religiosos, ideológicos, familiares… En cambio, al mencionar el neocolonialismo, sólo se estudia la vertiente económica o militar de la dominación occidental sobre Africa. No obstante, en la actualidad las actuaciones europeas no se limitan al ámbito económico y militar, sino que todavía hoy es frecuente la subordinación ideológica y política de los países africanos.
Los mecanismos económicos jugaron un papel clave en la colonización de África (como en la ocupación del Congo por parte del rey Leopoldo de Bélgica o en la de África Austral por parte de Cecil Rhodes). No obstante, en algunas ocasiones las ansias de hegemonía aceleraron el proceso colonizador. La rivalidad entre las potencias europeas y la creencia en la superioridad europea (la “white’s man burden” de Kipling) estimularon la colonización de algunas áreas de África de escaso valor económico y estratégico.
Tarribién hoy en día, los intereses económicos desencadenan maniobras neocoloniales: el conflicto secesionista de Cabinda, en Angola, fue potenciado por las grandes compañías petrolíferas; el derrocamiento del presidente electo de Congo Brazzaville, Pascal Lissouba, fue orquestado por el Estado francés; y las compañías mineras occidentales apoyaron la rebelión armada de Laurent Désiré Kabila contra Mobutu Sesé Seko en Congo Kinshasa. Es decir, el neocolonialismo económico es un fenómeno plenamente vigente en las puertas del siglo XXI, a pesar de que el África Negra está perdiendo peso especílïco en la economía mundial.
No obstante, las intervenciones europeas en África no son perniciosas porque defïenden los intereses económicos occidentales, sino porque vulneran el derecho de los pueblos africanos al autogobierno. Hay numerosas intervenciones occidentales que no surgen de intereses económicos pero que son igualmente perversas (por ejemplo, la intervención norteamericana en Somalia, dictada por los intereses personales de George Bush).
Hoy en día, muchas de las injerencias europeas en África no responden primordialmente a intereses económicos. En algunos casos, son los intereses políticos de determinados colectivos europeos los que pasan por encima de las prioridades de los ciudadanos africanos. La cooperación se ha convertido en un gran espectáculo mediático del que se obtienen ingentes réditos políticos, por lo que las acciones de cooperación no se financian en función de su eficacia, sino de su impacto propagandístico. Es por ello que la autocrítica en este ámbito es mínima, y que algunos organismos de cooperación se han convertido en meros apéndices de partidos políticos occidentales. Hasta los países socialistas han utilizado la ayuda cono un instrumento para ganar apoyos en los foros internacionales, colaborando con crueles dictaduras a cambio de alianzas políticas.
Por otra parte, tras la caída del muro de Berlín, las izquierdas europeas, carentes de modelos alternativos para su propia sociedad, han centrado múltiples esfuerzos a la solidaridad internacional. No es casual que la desorientación de la izquierda occidental coincida con su extroversión. El Tercer Mundo se convierte en el campo de proyección de ideales políticos que no son capaces de actuar eficazmente en su propio territorio.
En realidad, durante décadas los países africanos se han convertido en un laboratorio de pruebas de las ideologías occidentales. A lo largo de la primera mitad de siglo, los países europeos, convencidos de su superioridad religiosa, se lanzaron a salvar las almas de los africanos, que desconocían las bulas y el sacramento de la confesión. Hoy en día, 50 años después, en la laica España, se prefiere correr un tupido velo sobre esta vieja obsesión occidental.
Pero la crisis religiosa occidental no supuso un freno a las intervenciones occidentales en África. En los años sesenta, Occidente, en pleno desarrollo económico, trató de exportar con idéntico entusiasmo un modelo de crecimiento económico basado en faraónicas infraestructuras (grandes presas e inmensas fábricas). Más tarde se demostraría su inoperancia e incluso el ecologismo empezaría a cuestionar la eficacia del desarrollismo en el propio Occidente. En los setenta, personas de todo el mundo se dedicaron a asesorar a angoleños y mozambiqueños sobre la mejor manera de construir la revolución en África: todas ellas se consideraban capacitadas para “instruir” políticamente a los “ignorantes” africanos. En los ochenta, pocos europeos mantenían su entusiasmo por los modelos socialistas; pero la crítica hacia el capitalismo fue basculando hacia el ecologismo, que también se trató de implantar en África. Los europeos, que ya habían destruido completamente sus ecosistemas, se dedicaron a enseñar a los africanos cómo conservar sus bosques, sus ríos y sus especies en peligro de extinción.
Últimamente, Occidente se ha propuesto redimir a las mujeres africanas de sus “bárbaros” compatriotas. Se considera que los africanos son incivilizados porque no saben cuidar bien a sus mujeres, y los europeos se creen capacitados para enseñarles la luz de la verdad. Probablemente, dentro de algunos años, Europa lanzará grandes campañas para liberar a los gays de Africa de la presión homofóbica. En cualquier caso, los cambios en las intervenciones europeas en África no reflejan las variaciones en las prioridades de los africanos, sino que sólo ponen de manifiesto las fluctuaciones ideológicas de Occidente. En cualquier caso, los intereses de los africanos siempre han sido secundarios para quienes pretenden desarrollar el continente negro.
Los occidentales suelen actuar con absoluta prepotencia en África. Creen saber mejor que los propios africanos lo que les conviene a éstos. En muchos países europeos se sufre una grave crisis demográfica, pero las instituciones europeas se creen capaces de aconsejar a los africanos cuántos hijos deben tener. Las tasas de divorcio se disparan en Europa, pero se sugiere la necesidad de cambiar las relaciones familiares africanas. Franco murió de viejo en la cama tras cuarenta años de dictadura, pero muchos españoles se permiten asesorar a los africanos sobre cómo conseguir su liberación…
A los africanos se les suele considerar inferiores porque carecen de la verdadera religión, ideología, sentimiento ecológico o estructura familiar… Esta prepotencia occidental se deriva de una autosatisfacción completamente ïnjustifïcada. En realidad, en Europa también hay graves problemas pendientes de resolución: las desigualdades económicas, el problema de la asistencia a la vejez, el deterioro de las relaciones familiares, la profusión de enfermedades mentales…
El Estado español no difiere, globalmente, del resto de Estados europeos. La colonización de sus colonias (Marruecos, Sahara, Infi y la Guinea Española) respondió inicialmente a intereses económicos, y a lo largo de todo el período colonial no se tuvo en cuenta la opinión de la población autóctona. Ni siquiera los grupos críticos con quienes controlaban el poder (como los socialistas o los nacionalistas periféricos) se solidarizaron realmente con los pueblos colonizados, tal como se puso de manifiesto en las campañas del Rif, en la guerra de Ifni o en la independencia de Guinea Ecuatorial.
Actualmente, la cooperación del Estado español con África también está fuertemente condicionada por los intereses económicos y políticos hispanos. La cooperación oficial se encamina prioritariamente hacia los Estados que pueden caer en el área de influencia española (los países de lengua oficial portuguesa, Namibia y Mauritania). Además, el rápido incremento de la cooperación en el Estado español ha generado fuertes intereses corporativos (de cooperantes y gestores de ONGs). Los “técnicos” en ayuda humanitaria impulsan un incremento continuo de los presupuestos destinados a cooperación, pero se muestran muy poco críticos hacia las actividades emprendidas, haciendo creer que el desarrollo de África puede depender de un incremento cuantitativo de la cooperación (lo cual es más que cuestionable).
Hay elementos políticos que también juegan un papel decisivo en la orientación de las políticas de cooperación. El Estado español destina ingentes cantidades de dinero a la cooperación con Guinea Ecuatorial (un país en el que las acciones humanitarias han tenido una escasa eficacia) porque impera un sentimiento de neocolonialismo cultural, considerándose que este país no puede escapar al “área de influencia” hispana. Los ayuntamientos, las comunidades autónomas y el propio Estado quieren reafïrmar su presencia en el exterior; por ello, dan prioridad a los proyectos dirigidos por expatriados originarios de la zona donante, aún cuando se ha comprobado que las políticas de cooperación son más eficaces cuando están gestionadas directamente por personal autóctono.
Las ONGs no actúan de forma muy distinta a la cooperación oficial, ya que priman sus propias convicciones sobre las de las poblaciones locales. Muchos organismos realizan campañas de liberación femenina en el Sahel enfrentándose a las mismas mujeres que pretenden liberar. Algunas instituciones hispanas y europeas han financiado proyectos de turismo ecológico a pesar de que las poblaciones locales no se muestran en absoluto receptivas a ellos. Las órdenes religiosas españolas presentes en Guinea Ecuatorial aprovechan la financiación pública española para imponer en África comportamientos que en el Estado español han caído en desuso (se celebra el mes de María en las escuelas y se obliga a los alumnos a rezar en las aulas universitarias)…
Por lo general, la cooperación que surge del Estado español peca de la misma prepotencia que la del resto de Occidente. Se cree que aquí se tiene el conocimiento de lo que conviene a los africanos, mientras que se piensa que ellos son ignorantes o incapaces. Cualquier joven recién salido de la universidad contratado como “experto” en cooperación está convencido de poseer los conocimientos necesarios para solucionar todos los problemas del continente africano (todavía se muestran mucho más pretensiosos aquellos que han cursado algún postgrado sobre desarrollo). Los misioneros con frecuencia siguen manteniendo prácticas paternalistas heredadas del período colonial.
Además de las barbaridades occidentales cometidas con premeditación (como las intervenciones militares por motivos económicos), Europa sigue cometiendo otras barbaridades en África escudándose en la “buena intención”. A muchos occidentales se les tiene que recordar todavía el derecho de los pueblos a decidir su propio futuro (a incluso a equivocarse). Los residentes en un país son quienes mejor saben lo que les conviene para mejorar su situación.
Aunque en el Estado español la cooperación sea una moda reciente, en África hay ayuda humanitaria desde hace, como mínimo, 40 años (cuando Francia independizó a la mayoría de sus colonias). Y a lo largo de estos 40 años, a pesar de los ambiciosos planteamientos de los “expertos” occidentales, la cooperación ha demostrado una escasa efïcacia para desarrollar a los países africanos. En estos momentos, la dependencia de África respecto a Occidente tiende a agravarse y no a disminuir. Es imprescindible una nueva aproximación a África desde la modestia y la autocrítica. Si las intervenciones europeas en el continente africano no surgen de iniciativas africanas, no contribuirán a liberar este territorio del yugo neocolonial, sino que contribuirán a consolidarlo.

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